Casa de las Alhajas

uel

La Casa de las Alhajas es un edificio del último tercio del siglo XIX que se encuentra en pleno centro de Madrid. Justo en la plaza de San Martín. Que es un espacio que se abre sobre otra plaza llamada de las Descalzas. Y que recibe este nombre porque allí mismo está el Monasterio de Nuestra Señora de la Visitación, más conocido por las Descalzas Reales. Y que en sus inicios fue el palacio de Juana de Austria (hermana de Felipe II). Que lo transformó en monasterio de monjas clarisas en 1559. Cruzo por allí casi todos los días porque mi casa está muy cerca. De hecho, nos separa cinco minutos. Que a veces prolongo porque me gusta detenerme en rincones del Madrid castizo que tienen algo que decir. Como el Café Varela que, aunque es moderno, ocupa los locales del establecimiento de su mismo nombre al que acudían de tertulia Emilio Carrere, Miguel de Unamuno y los hermanos Machado. En los bajos del Hotel Preciados, haciendo esquina con la calle de las Veneras. Que es donde residió Rubén Darío durante su estancia en Madrid. Una lápida de marmol a la altura del segundo piso lo recuerda. Y una bombona de butano en el balcón echa para atrás cualquier intento de hacer poesía de esta calle. Donde todavía quedan algunos locales de alterne. Que cohabitan con locutorios de internet, tiendas de chinos y bares de fritanga en los que se discute de fútbol a gritos. Los nombre del callejero tienen entidad. Conchas. Trujillos. Navas de Tolosa. Costanilla de los Ángeles. Priora. Y plaza de Santa Catalina de los Donados. Ya a las puertas del Oratorio del Santo Niño del Remedio. Donde los días trece de cada mes se forman largas colas de fieles que acuden allí a rezar ante la imagen. Un Niño de la Pasión (talla del XVII) que goza por lo que se ve de extraordinaria veneración. Y ante el que se presentó en su día la reina María Cristina pidiéndole protección para su hijo. El entonces niño Alfonso XIII.

casa-de-las-alhajas2Madrid celebra estos días las fiestas de San Isidro. Que se notan muy especialmente en este lugar de la ciudad. Las confiterías  despachan  rosquillas del Santo, que constituyen para los castizos el símbolo culinario de estas fiestas. Mi buen amiga Monique Auxenfans me ha enviado por mail un simpático artículo sobre los cuatro tipos de rosquillas que se consumen por San Isidro. Tontas, listas, francesas y de Santa Clara. Y cuenta a sus lectores de lepetitjournal.com que el nombre de francesas se remonta a la época de Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Fue la propia reina la que percibió que las rosquillas tontas (y ligeramente anisadas) eran algo insípidas, por lo que ordenó a su respotero salpicarlas de polvo de almendra y azúcar. Creándose así esta variedad de beignets. Que es como llaman en Francia a las rosquillas. Cuento esto porque observo a un grupo de turistas franceses sentados en la Plaza de San Martín consumiendo esta especialidad tradicional de San Isidro. Me llama la atención el envoltorio. Que es de El Riojano, confitería centenaria de la cercana calle Mayor. Y de los pocos establecimientos de Madrid donde aún se elaboran azucarillos. Los de la zarzuela de Ramos Carrión con música de Chueca. Agua, azucarillos y aguardiente. El grupo debe estar recorriendo el Madrid de los Austria. Y ahora hace espera en la plaza para entrar en La Casa de las Alhajas, que es la sede de la Fundación Caja Madrid. Donde se expone Monet y la abstracción. Una de las principales muestras pictóricas de esta primavera en la capital. Y que ha transportado el colorido del Jardín de Giverny a este inmueble madrileño de corte medievalista. Con elementos de influencia renacentista en su fachada. Y cuyo interior gira en torno a un patio central rodeado de galerías. Fue uno de los primeros edificios de Madrid que utilizó el hierro en sus suelos, en sintonía con el estilo desarrollado en Francia por el arquitecto Eugène Violet-le Duc. Y también empleó armaduras. Tecnicamente como preotección de incendios, pero probablemente también como blindaje. Porque fue diseñado para albergar los depósitos del Monte de Piedad que se sometían a subasta. De ahí que haya llegado a hoy con el nombre de Casa de las Alhajas.

Todo esto me trae recuerdos de congoja. De cuando jugaba de niño en la plaza de San Antonio. Allá en Cádiz. Y observaba en una bocacalle a gente con semblante triste haciendo cola ante las oficinas locales del Monte. Que ya no existen. Pero que entonces eran donde se tasaban las joyas de empeño. Ya de adulto volví a presenciar aquellas escenas en el Nacional Monte de Piedad de México. Que lo fundó en 1775 un onubense. Pedro Romero de Terreros, conde de Santa María de Regla. Estaban tan adeudados los mexicanos de la entonces colonia de Nueva España que en su primer año el Monte ya habían hecho 17.000 operaciones de empeño. Y que hoy se disparan ya a tres millones cada mes. Los montes de piedad originariamente no tenían fines de lucro. Nacieron en la Italia del siglo XV de manos de la Orden Franciscana Menor para acabar con la usura. Préstamos gratuitos que se garantizaban con alhajas y otros objetos valiosos. Pero con el tiempo tomaron el modelo de la banca comercial. Sin romper del todo con sus compromisos benéficos. Que en España se cumplen con las llamadas obras sociales de las Cajas. Alrededor de 400.000 personas acuden cada año en nuestro país a las oficinas de los 25 montes de piedad existentes. Con joyas o cuanto sea de valor. De la misma forma que se hacía trescientos años atrás. Cuando el sacerdote Francisco Piquer Rodilla fundó en Madrid el Monte de Piedad. Hoy todas las emisoras de radio llevan bombardeando desde las nueve de la mañana con el primer recorte de gasto social que hace Zapatero desde que gobierna. Y que supone un cambio drástico respecto a lo que defendía apasionadamente hasta el día anterior. Presionado por los mercados. Y por los dirigentes mundiales. Desde ahora todo va a ser muy distinto. Porque el tijeretazo afectará a 2,6 millones de funcionarios públicos. Que ganarán un 5% menos. Y a 6 millones de pensionistas. Que no revalorizarán sus asignaciones. Cifras densas, a las que tenemos que añadir los 4,1 millones de desempleados que tiene el país. En un plan cuyo objetivo es reducir el déficit público en 15.0000 millones de euros de aquí a 2011. Y que nos hará más pobres. Más débiles. Y menos felices, tal vez. Hoy 12 de mayo el regreso a casa se me hace más rápido. E incluso amargo. Velozmente van quedando atrás los nenúfares y agapantos de las pinturas de Monet. Las tontas, las listas y las francesas. También las de Santa Clara. Un Niño Jesús que llaman del Remedio. Y una botella de butano en el balcón de Darío. Por supuesto que Emilio Carrere, Miguel de Unamuno y los dos hermanos Machado no están en el Café Varela. Pero ya lo hubiera deseado. Porque prefiero aquella España. No esta otra que me aprieta el paso hasta mi casa. Y que me deja profundamente triste.