Memoria en blanco

Recorro los quioscos de la Estación Central de Hamburgo en busca de periódicos españoles. Pero me dicen que ya no se distribuyen. Hemos sucumbido en Alemania. Y supongo lo que le costará a la empresa editora de El País (o de El Mundo) colocar en este lugar de la vieja Europa un ejemplar del día. Tampoco entre las revistas se encuentra el Hola! Que es siempre un reclamo de la España coloreada allá donde voy. Pero que no haya periódicos y españolas en la primera estación ferroviaria de Alemania es un drama. Porque por estos andenes pasan al día 450.000 viajeros. Muchos de ellos españoles dado que Alemania se ha vuelto a llenar de compatriotas que buscan empleo en todos los estratos. Hofbrähaus es una impresionante cervecería bávara que tiene su sede central en Münich. Y que en Hamburgo posee una sucursal de dimensiones también gigantescas. Está contratando españoles con conocimientos básicos de alemán aprendidos en la costa mediterránea. El consuelo de que no somos aún Grecia me lo proporciona la compañía Acciona. Que explota los servicios auxiliares del aeropuerto de Hamburgo con una precisión alemana que ya quisiera el vomitorio mecánico de equipajes de la T-4. La televisión alemana ha dado cuenta estos días de la tomatina de Bunyol. Y lo ha hecho asombrada no sólo por cómo nos divertimos los españoles. Que ya es para ser recibido con cara de póker. Si no por el despilfarro que supone estrellar entre lugareños y foráneos 120 toneladas de tomates. En un país en el que se agotan las existencias de Cáritas. Y en el que miles de desempleados terminales malviven con un subsidio de 400 euros hoy en cuestión. En los supermercados de ciudades como Hannover, Bremen o Hamburgo, y su puerto sobre el Elba, el kilo de tomate está entre 1.99 y 2.99 euros. E incluso un poco más. Y eso que es de calidad intermedia. Merkel visita estos días China con una importante delegación alemana. Y regresa en las próximas horas a Berlín tras firmar la venta de 50 unidades de Airbus340 por valor de 2.790 millones de euros. China está inquieta por la crisis finaciera de Europa. Y ha inisistido ante la canciller alemana en la necesidad de que España e Italia recuperen su estabilidad. Como no tengo en mis manos los periódicos españoles no sé cómo hemos acabado agosto. Pero por un iPhone que me prestan observo el titular de que acabamos de aprobar la quinta reforma financiera de los últimos tres años. A veces me avergüenzo de pertenecer a esta España pentarreformada. De la tomatina. De los eres andaluces. Y del tinto de verano. Pero todos somos culpables.

Me desplazo en tren desde Hamburgo a Kiel, que es también una ciudad portuaria. El trayecto dura apenas hora y media, con posibilidad de hacer escala a la ida (o a la vuelta) en Neumünster, ciudad asentada el corazón de Schleswig-Holstein sobre lo que fue un monasterio agustino del medievo. Y ubicada junto al río Schwale, con hermosos edificios que escaparon de la destrucción en la II Guerra. Desde Neumünster al mar Báltico hay sólo 35 kilómetros. Y en sus calles ya se avistan gaviotas. Sin embargo, esta es una ciudad de interior otrora dedicada la fabricación textil y al curtido del cuero. Y que ha crecido junto a un estanque que conforma el paso del río Schwale. En cuyas plácidas aguas se deslizan en armonía cisnes y gansos. Schleswig-Holstein es el estado más septentrional de Alemania. Hace frontera con Dinamarca. Y durante siglos ha estado en un lado. O en otro. Pero desde la II Guerra es Alemania en el sentido puro, pese a que cuenta con una minoría danesa con tres escaños (de 22) en el Parlamento estatal. Y además uno de sus dirigentes ocupa la cartera de Justicia (y Europa) en la coalición que gobierna el länder desde la pasada primavera, liderada por los socialdemócratas del SPD. Porque la guerra pobló estas tierras de alemanes en huída hasta superar a los nativos. Y hoy constituyen mayoría frente a los oriundos daneses. Schleswig-Holstein es uno de los tres estados alemanes que perdió recientemente Ángela Merkel. Y también el cuarto en el que ha obtenido representación -6 escaños- el Piratenpartei Deutschland, el Partido Pirata de Alemania. Formación fundada en 2006 que preconiza la revolución digital. Y que tiene vocación extraterritorial.

La ventaja que tienen estos viajes didácticos es que uno puede observar. Y al mismo tiempo leer la letra pequeña de cada momento. Que es la que se suelen saltar los periódicos porque no constituyen noticia. Los alemanes comen en abundancia, pero no pagan más de 15 euros por un menú. Por ejemplo aquí el transporte público es mucho más económico que en España. Dos euros cuesta ya el autobús en Barcelona. Y un café es más barato en la Estación Central de Hamburgo que en la de Cádiz. En Neümunster he disfrutado en el Café Oldehus porque me ha trasladado a una Europa íntima. Hospitalaria. Y sencilla. Establecido en un edificio de 1781. Y regentado por maestros chocolateros de varias generaciones. Es un lugar de encuentro. Que elabora con esmero pastelería artesanal. Y endulza la vida de los vecinos. La gente de Neümunster es amable. Educada. Y silenciosa. Pese a que tiene la apariencia de un pacífico pueblo de los hermanos Grimm, en su distrito habitan 72.000 almas. Y en su calle principal –Grossflecken– luce majestuoso un moderno edificio que alberga los grandes almacenes Karstadt. Cuando acaba el paisaje de bosques. Y de granjas que rodea a Neümunster. El tren me adentra en Kiel, de cuyas calles marineras se adueña el canto espontáneo de la gaviota. En sus muelles aguardan la llegada de pasajeros los ferrys que cubren las líneas marítimas que conducen a los puertos más meridionales de Noruega. Y Suecia. En esta orilla del Báltico acaba la Europa del euro. Porque los paises escandinavos conservaron su moneda nacional. Y llevan su propio ritmo. Kiel cuenta con un magnifico teatro próximo al antiguo Rathaus (Ayuntamiento) que en temporada intercala magníficos ciclos de ópera, música filarmónica y danza. Para el 29 de septiembre tiene anunciado La Traviata, de Verdi. Y unos días antes un concierto de la filarmónica local con piezas completas de Brahms y Strauss, entre ellas su poema tonal Don Juan. El color predominantemente aquí es el gris sobre un paisaje que siempre es verde. Y que sólo rompen los rojos trenes de la DB que cubren el trayecto con Hamburgo. Y el blanco pacífico de los ferrys atracados en puerto. Un blanco brillante como la corona (y el manto) de las gaviotas bálticas que sobrevuelan la ciudad. Pero con menos brillo que el de la memoria de quién suscribe cuando no tiene un periódico delante para pensar en España.