Carta al lector

Querido amigo:

En primer lugar, y a modo de presentación, es mi deseo anunciarle que procedo de una familia de clase media gaditana por ambos lados con antecedentes inmediatos en la función pública, la milicia y el comercio. Mi abuelo paterno -Francisco de Paula Orgambides Rodríguez- recibió en 1896 la Cruz del Mérito Militar en Cuba por una acción heroica en Ojo del Agua cuando combatía a las huestes de Maceo en una actuación desastrosa para el Ejército español. Debió de ser tan cruel lo que vivió y presenció que la medalla, que era pensionada, jamás la lució. Mi otro abuelo, el materno -José Gómez Soto-, fue durante décadas jefe del cuerpo municipal de consumistas de Cádiz. Había pertenecido al Partido Liberal, por su cercanía al entonces jefe local Juan Antonio Gómez de Aramburu, pero en 1936 militaba en Izquierda Republicana. Fue depurado de su cargo en el Ayuntamiento por su afección a Azaña y se vio obligado, desde el destierro moral, a emplearse en funciones de supervivencia para sacar adelante a su familia.

Mi padre, funcionario del Estado de la escala superior, recibió en 1979 del Gobierno de UCD la medalla del Mérito al Trabajo. Cerraba así cincuenta años de servicio en el extinto Instituto Nacional de Previsión (INP), en el que ingresó en 1929 a través de la Caja Colaboradora de Seguros Sociales y de Ahorro de Andalucía Occidental -cuyo responsable en Cádiz era su mentor y amigo Guillermo Adsuar de Queipo- y a cuyo equipo directivo perteneció desde entonces. Fue un hombre generoso y comprometido con su ciudad, identificado con los valores de la previsión popular y la protección social, a quien le tocó hacer la guerra con Franco como soldado de cuota del Regimiento de Artillería de Costa número 1 (Cádiz) porque pertenecía al reemplazo de 1936. En el frente conoció a José Ortega Spottorno, hijo del filósofo José Ortega y Gasset y años después fundador de El País, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta sus últimos días. Ortega le encargó, en los años previos a la salida de El País, la captación de accionistas en Andalucía para apoyar financieramente el proyecto. De ellos, recuerdo con orgullo la elección de su amigo (y ahora también mío) Constantino Gutiérrez López, hombre de convicciones republicanas que -siendo un niño- perdió tragicamente a su su padre, fusilado por un piquete faccioso.

Los Orgambides somos oriundos de la villa navarra de Urdax, en euskera Urdazubi (Puente de Urdax). Es una pequeña población situada en el extremo más septentrional de Navarra y cercana a Dantxarinea, puesto de frontera con Francia, en cuyas inmediaciones se levanta un caserío que lleva nuestro apellido, que es un locativo de un punto astronómico de la cercana muga. Pero estamos instalados en la provincia de Cádiz, concretamente en la cuenca del Guadalete y en la bahía de Cádiz, desde la segunda mitad del siglo XVIII. El primer Orgambides andaluz del que tengo referencia era ganadero de reses bravas, con asentamiento en Grazalema. Proveía de toros a Pedro Romero, padre de la tauromaquia moderna, por lo que nuestra implantación en el sur de España es anterior a la Guerra de la Independencia e, incluso, a la de la Convención, que fue la que empujó a muchos navarros a la emigración.

Estudié bachillerato en los Marianistas de Cádiz y en el Colegio Claret de Sevilla. Y abandoné mis primeros estudios de Derecho para hacer la carrera de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Residía entonces en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, un espacio de vanguardia política y cultural que sobrevivía en rebelde resistencia a los latigazos represivos del tardofranquismo. Allí conocí a Alejandro Reyes Domene, que lideraba el Club de Música. A su lado intervine en los grandes proyectos internos y externos de ese prestigiado club, como la III Reunión de Arte Flamenco en la Universidad (1974), la organización del I Festival Internacional de Jazz de Granada (1975) y el homenaje universitario a Manuel de Falla con motivo del primer centenario de su nacimiento (1976), que incluyó conciertos, seminarios y un certamen literario de convocatoria nacional.

La Universidad me ayudó a formar conciencia, pero el periodismo lo traía ya puesto conmigo desde Cádiz. Una mañana de domingo de 1972, siendo aún bachiller, me presenté en la redacción de la Hoja del Lunes de mi ciudad natal y me ofrecí como colaborador al que era entonces su redactor-jefe, Bartolomé Llompart Bello. Me aceptó y comencé a proveer al periódico de gacetillas. Llompart era un hombre culto y de extraordinario gracejo, que se había formado en la Escuela de El Debate, excepcional centro de formación de periodistas que había creado en España en 1926 Ángel Herrera Oria inspirándose en una experiencia anterior puesta en marcha por la Universidad de Columbia gracias al legado Pulitzer.

Desde entonces he pasado por una decena de cabeceras, en algunas de ellas como director, lo que me ha permitido residir en Rabat, Ciudad de México, Sevilla, Barcelona y Valencia, además de Madrid, mi ciudad desde los añorados tiempos universitarios. Los días más importantes de mi carrera los viví en el desaparecido vespertino Informaciones y en El País, a cuya redacción pertenecí durante dieciocho años. He tenido la suerte de trabajar para tres grandes directores, Jesús de la Serna, Juan Luis Cebrián y Emilio Romero, y de contar a los lectores momentos excepcionales de nuestra historia contemporánea, dentro y fuera de nuestras fronteras. Guardo especial afecto hacia Augusto Delkáder, gaditano como yo, que me invitó a formar parte de la redacción de El País. Y un recuerdo muy especial del que fuera presidente  de Informaciones, José Antonio López Huerta, así como de Fernando Álvarez de Miranda, primer presidente del Congreso de los Diputados -ambos ya fallecidos-, quienes me animaron en 1980 a hacer una maestría de Relaciones Internacionales en la Akademia Weitz, de Bonn (Alemania), como becario de la Fundación Konrad Adenauer.

Estas anotaciones personales, que hoy me permito revelar, no están motivadas por la vanidad, que es lícita tras más de cuarenta años en el ejercicio del periodismo, sino por la convicción de un veterano profesional de que tras la historia, que es el estudio de los hechos, hay siempre una persona. Y que tras la noticia, que es el relato de los hechos, hay un periodista. Persona y periodista comparecen hoy juntos en este blog con el propósito de no perder el paso en la velocidad de la comunicación. De contribuir con humildad a la vez que con rigor a la salvaguarda de los valores esenciales del periodismo. Y de intentar que seamos cada día mejores ciudadanos y más felices como persona.

 

Fernando Orgambides
Periodista

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    1 opinión en “Carta al lector”

    1. querido Fernando
      Sigo monacalmente todos tus libros y escritos.Me gusta mucho como escribes.Esa mezcla de erudicion y anedoctas con un lenguaje depurado y bello,me parece genial.Aprendo mucho con ello y disfruto de su lectura.Y ademas despues presumo de conocimiento ,prestado,con lo que cuentas.De Miguel Buiza,gracias a ti ,y su fascinante historia deslumbro a mis amigos sevillanos… y con la historia del gaditano que hace el Pan de Cadiz en Mexico,a los tapatios.Y la corona para el discurso de ingreso en el Ateneo de Cadiz.
      un abrazo

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