Poeta roto

Lorca fue asesinado sin llegar a ver publicado Poeta en Nueva York. Que salió de imprenta por primera vez en México en 1940 en edición póstuma. El original estaba en manos de Bergamín, a quien se lo había confiado el poeta poco antes de su muerte. Poeta en Nueva York viajó con Bergamín al exilio. Primero a Francia. Y después a México. Casi al mismo tiempo que se editaba en castellano aparecía en Estados Unidos otra edición -aunque incompleta- traducida al inglés por George Rolfe Humphries, un profesor de latin de la Woodmere Academy que había hecho causa con la República durante la guerra civil. Lorca escribió aquellos poemas durante su estancia en Nueva York entre 1929 y 1930. Aparentemente había viajado allí para estudiar inglés en la Universidad de Columbia, pero en realidad lo hizo para alejarse de España. Donde había entrado en crisis como consecuencia de la tormentosa relación que mantuvo con el joven escultor Emilio Aladrén del Perojo. Anterior amante de la pintora Maruja Mallo, a quien dejó -según reveló aquella en su momento- por el poeta. Persona de frágiles emociones era Lorca. Que atravesaba momentos de conflicto interior. Y con quien Aladrén jugaba sentimentalmente. Exasperándole. Que se sepa, el poeta sintió pasión por cuatro hombres. Dalí, que jamás le correspondió. Aladrén, del que se enamoró profundamente recibiendo lo justo. Rafael Rodríguez Rapún, su discreto secretario personal. Y Eduardo Rodríguez Valdivieso, un joven granadino catorce años más joven que él a quien conoció en 1932 en un baile de carnaval en el Alhambra Palace.

federico-garcia-lorca1Aladrén era también más joven que el poeta. Ocho años menos. Pertenecía a una familia acomodada próxima a la aristocracia. No en vano su hermana Teresa era entonces la prometida del hijo del conde viudo de Casa Rojas. Los amigos de Lorca desconfiaron siempre del escultor. A quien consideraban de obra menor. Excepto el poeta, que lo paseó por todo Madrid e, incluso, le dedicó un hermoso poema del Romacero gitano. Mallo lo describió como un hombre guapo, lo más cercano a un efebo griego. Que Lorca se lo arrebató por la exquisitez con que le trataba. Dalí lo despreciaba. Y el granadino García Carrillo llegó a sospechar que se aprovechaba del poeta para encumbrarse en la fama. Fue tan forzado aquel viaje que Lorca -antes de embarcar en el RMS Olympic que le trasladó de Southampton Nueva York- llegó a decirle por carta a su amigo chileno Carlos Morla Lynch que se sentía deprimido. Lleno de añoranzas. Arrepentido de haber abandonado España. El poeta lo pasó mal. Sobre todo cuando supo que su antiguo amante se había entregado a una joven inglesa de nombre Eleanor Dove que la firma de cosméticos Elizabeth Arden Ltd había enviado a Madrid como delegada de su tienda de la calle de Serrano. Pero fue su estado anímico el que hizo posible este extraordinario conjunto de poemas surrealistas que muchos entendidos consideran su obra central. En el que convergen amargura, melancolía, recuerdos y añoranzas. Y reflejan su percepción íntima de una ciudad deshumanizada. En contraste con su vitalidad poética. Donde le sorprende el crack de Wall Street. Y en la que observa minorías oprimidas que sufren. A cuyo lado se pone. La aurora de Nueva York tiene/ cuatro columnas de cieno/ y un huracán de negras palomas/ que chapotean las aguas podridas./ La aurora de Nueva York gime/ por las inmensas escaleras/ buscando entre las aristas/ nardos de angustia dibujada.

Jamás llegó a presentarse el poeta a sus exámenes de inglés. Pero aprovechó su estancia en Nueva York para involucrarse en la ciudad. Donde recibió la visita de La Argentinita y de Ignacio Sánchez Mejías. El torero dio una conferencia en el Instituto de las Españas. Pase de la muerte, la tituló. Mientras su amante -la mejor bailarina española del momento- aprovechaba su encuentro con Lorca para ultimar los arreglos musicales de Canciones Populares, obra conjunta. Desde Nueva York, viajó a las montañas y lagos de Vernont, invitado por el poeta Philip Cummings, a quien había conocido en Granada. Y también a los bosques de Bushnellsville y Newburgh, en el Estado de Nueva York, donde pasó estancias acompañado por Ángel del Río y Federico de Onís respectivamente. Un año después de su llegada a América, el poeta emprendía regreso a España. Previo paso por La Habana, donde pasó casi tres meses. Residiendo en el Hotel La Unión, en la calle Amargura. Y en donde conoció a Nicolás Guillén y a José Lezama Lima. El 30 de junio de 1930 llegaba al puerto de Cádiz a bordo del vapor Manuel Arnús, de la Compañía Trasatlántica. En los muelles le esperaban sus hermanos Isabel y Francisco. Con quienes se dirigió a Granada para pasar los meses de veranos. Estadía que precedió a su reencuentro con Madrid, ya en otoño. En España se fraguaba entonces la República, que era un clamor aún sin divisiones. Luego llegaron los bandos. Bodas de Sangre. Yerma. Llanto por Ignacio Sanchez Mejías. Sonetos del amor oscuro. De aquel amante llamado Aladrén poco más se supo. Era frecuente verle en los salones de te danzante buscando glamour en complicidad con su compañera inglesa. La fuerza cultural de la República desplazó su mediocre obra. Tuvo que esperar a la victoria de Franco para realizarse artísticamente. Pero su carrera se frustró por su temprana muerte. 6 de marzo de 1944. Al día siguiente Abc daba cuenta detallada de su genial obra sobre mármol y bronce: un busto de José Antonio, otro del Caudillo y un tercero de fray Justo Pérez de Urbel, primer abad años después del Valle de los Caídos. Benedictino, consejero nacional del Movimiento y comandante falangista con estrella de ocho puntas sobre su hábito monacal. Cruel España que no pudo con la universalidad del poeta. Si pudiera llenar de hollín las alcaldías/ y, sollozando, derribar relojes/ sería para saber cuándo a tu casa/ llega el verano con los labios rotos (Pablo Neruda).