Entre jazmines

Túnez, 17 de junio. Abderramán Ibn Jaldún fue un pensador tunecino del siglo XIV (y de familia sevillana) que durante un tiempo residió en Granada como consejero del visir Ibn al Jatib. Que lo puso al frente de su diplomacia para llegar a un acuerdo de paz con Pedro I el Cruel. Desgraciadamente la España musulmana es una gran desconocida de nuestra historia general porque la que prevalece es la cristiana. Que fue la que venció. Sin embargo, está viva en el Magreb. Porque hasta aquí la trajeron consigo primero los andalusíes. Y después los moriscos. Una estatua de bronce de Ibn Jaldún preside la Plaza de la Independencia de Túnez. Que es la que enlaza la céntrica Avenida de Habib Burguiba con la de Francia, ya cerca de la medina. Conozco muy bien estos lugares porque los frecuentaba antaño cuando ejercía como corresponsal de El País en el Norte de África. Y lo hago ahora mezclando recuerdos de los años 80. Con lo que percibo entre la gente de hoy. Mayoritariamente jóvenes que se sienten orgullosos de la Revolución del Jazmín. O del 14 de enero. Que fue la que provocó la salida del país del tirano Ben Alí. Y el inicio de una nueva era en esta pequeña república del Magreb pionera de todas las revueltas que se han sucedido en lo que va de año en el mundo árabe. Acabo de salir del restaurant L’Orient. Donde he recibido noticias de mi buen amigo Mohamed. El viejo camarero que en aquellos años me daba de cenar cada noche mientras me contaba historias de pachás y beyes turcos. Hace cuatro años que se retiró. Y vive ahora sereno cuidando el jardín de su pequeña casa de Ben Arus, en las afueras de la capital. Después de toda una vida trabajando en el comedor de L’Orient. Un restaurante de cocina franco-tunecina que se encuentra en la calle Ali Bach Hamba, junto al Hotel Internacional. Y frente a la redacción del periódico La Presse, uno de los más importantes de Túnez. Para L’Orient no pasa el tiempo. Conserva el aspecto colonial de siempre. Y su carta no varía. Yo presencié hace años como sus dueños retiraban la fotografía enmarcada de Habib Burguiba que presidía el negocio. Y la sustituían por otra de Ben Alí que ya no se expone. Túnez sólo ha tenido dos presidentes. Burguiba, que fue el padre de la independencia. Y Ben Alí, el general que lo derrocó en 1987 porque sufría demencia senil. Desde la revolución rige en funciones los destinos del país el abogado Fuad Mebaza, último presidente de la Asamblea Nacional. Y a quien conozco desde mis tiempos de Rabat porque ejerció allí como embajador tunecino. Pero Mebaza sólo estará en el poder hasta que se convoquen elecciones.

La estatua de Ibn Jaldun está acotada por alambradas de espino que impiden acercarse a su pedestal. En el que se le honra por ser acreedor de tres doctas disciplinas. Filósofo. Historiador. Y sociólogo. Es tremendo comprobar como algunos son capaces de separar al pueblo de la sabiduría con alambres. Porque es un disparate que en el país de los jazmines el Ejército entienda que la estatua de Ibn Jaldún pueda representar una amenaza por ser allí mismo donde el pueblo tunecino empezó a tomar la calle en contra de sus dirigentes. Pienso que este lugar debería estar extendido de biznagas hasta conformar una alfombra fragante de jazmines. Flor nacional de Túnez. Y no de alambradas de espino, tanquetas y soldados armados hasta los dientes. La revolución de enero se desencadenó tras la inmolación de Mohamed Buazizi. Un joven frutero ambulante del interior del país desesperado por el maltrato que sufría de la policía. Que le confiscaba a diario su mercancía por carecer de permisos para la venta. Esto fue en diciembre. Y en enero, Ben Alí huía hacia Arabia Saudí dejando en el camino una enorme fortuna robada al pueblo tunecino durante los 23 años que estuvo en el poder. En la esquina de la Avenida de Francia con la rue de Roma existe un tenderete de prensa donde se ridiculiza con viñetas y fotografías a Ben Alí y al resto de dirigentes árabes que tienen problemas con sus pueblos. El transeunte no ríe la ironía, sino que la comenta con indignación. Por lo que interpreto en la mirada de esta gente. Leo en los periódicos. Y me cuentan los amigos. Esta Revolución del jazmín está aún viva. Y posiblemente no haya ido más allá porque tras la raya de la tolerancia está el Ejército. De ahí que las alambradas de espino se repitan en otros lugares de la ciudad. Entre ellos el Ministerio de Defensa, emplazado a la altura del monumental reloj que conforma la antigua Plaza del 7 de Noviembre. Que conmemoraba el relevo en 1987 de Bourguiba por Ben Alí. Y que ahora ha sido rebautizada con la fecha de inicio de esta nueva era.

Los periódicos de la capital cuentan que desde la inmolación del joven Buazizi se han producido ya 111 casos de suicidios entre jóvenes tunecinos, 69 de los cuales lo han hecho prendiéndose fuego. Hoy más que nunca me doy cuenta de la hipocresía que mueve a los grandes editores de periódicos internacionales. Que están suprimiendo a los corresponsales estables en las regiones calientes del mundo. Para sustituirlos por enviados especiales que son desplazados momentáneamente al hecho noticioso. Retirándolos poco después cuando entienden que han satisfecho el morbo de sus lectores. Luego no se publica ni una línea de la continuidad. Que en el caso de Túnez se está desarrollando con una responsabilidad colectiva admirable. Y pese al efecto negativo que estos sucesos están teniendo en el sector turístico, una de las fuentes de ingresos más importantes del país. Observo con tristeza la ausencia de turistas al pasear por la medina. Donde no existe ahora el murmullo que provoca el flujo de ventas. Y compruebo cómo permanecen vacíos los museos y sitios arqueológicos. Con sus aparcamientos para autobuses practicamente desiertos. La Avenida de Habib Burguiba sigue siendo la arteria principal de la capital tunecina. La gente consume lo justo en sus cafetines, pero por allí anda. Ibn Jaldún preside aquellos lugares con la misma fuerza que Burguiba lo hace con su estatua ecuestre a la entrada de la vecina ciudad marítima de La Goulette. Huído Ben Alí, pienso que Burguiba e Ibn Jaldún son los dos símbolos más visibles que me he encontrado en este recorrido por Túnez. El martes me dí un paseo por las empinadas calles de Sidi Bu Said. Y el jueves me desplacé a Monastir para reencontrame con uno de los ribats (o monasterios fortificados) mejor conservados del Norte de África. Pese a ello, a quien verdaderamente he descubierto hoy es a Ibn Jaldún. Que nació en este otro lado del Mediterráneo porque su familia se vió obligada a asentarse en tierra segura tras la conquista de Sevilla. Dejando allí una bonita alquería ubicada en Dos Hermanas que Pedro I el Cruel eligió para levantar sobre ella un recreo para su favorita María de Padilla. La estancia -que fue villa romana antes que alquería- no es otra que la Torre de Doña María. Una hacienda olivarera propiedad hoy de los herederos de Concepción Ybarra. Que conserva gran parte de su caserío cristiano. Y también elementos arquitectónicos inspirados en su anterior configuración árabe. Una suerte de tierra de la hacienda recibe el nombre de Vijaldón. Deformación del apellido del sabio tunecino de la Plaza de la Independencia. Y que desde su alto pedestal fija la mirada hacia el Norte. Tal vez intentando divisar la alquería perdida. O tal vez cansado de los alambres que le cercan. Pero sabedor con certeza de que más temprano que tarde volverá a encontrarse entre jazmines.