Equinocio clásico

Atenas, sábado 20 de marzo. 15.30 horas. Estoy en el Café Dioroto, que hace esquina con las calles Aiolou y Euripdou. Eolo y Eurípides. A espaldas del bullicioso Mercado Central de la calle Athinas. El que llaman Varvakios. Espectacular mercado, donde una legión de carniceros provistos de batas blancas pregonan a gritos sus excelencias buscando el reclamo del cliente. Es un lugar único en el mundo, que acabo de atravesar momentos antes de pedir un elinikós kafes (café griego) en este coqueto local de dos pisos del centro de Atenas. No muy lejos del barrio de Plaka y de la estación de Monastirakis, por donde circula el tren suburbano que lleva al puerto de El Pireo. Disfruto de un día soleado. Y perfumado por el azahar de los naranjos que se alinean por estas calles del centro. Salpicadas de tabernas en creciente animación. Donde no faltan buzukis y guitarras con música rebetika. Es equinocio de primavera. Que en la mitología clásica está unido a Perséfone, que regresa cada año por estas fechas al regazo de su madre (Deméter) para renovar la tierra con flores y frutos. La mañana la he dedicado a recorrer la Acrópolis. Y a visitar el Nuevo Museo que se inauguró en junio último. Ubicado a los pies del Partenón. Frente al Teatro de Dionisios. Levantado por el arquitecto suizo Bernard Tschumi, no ha cumplido aún el año y ya figura en el circuito de los grandes museos de Europa. Edificio geométrico de gran impacto. Donde predomina el cristal y el mármol. Con 21.000 metros cuadrado, de los que más de la mitad están destinados a albergar las 4.000 piezas de sus fondos. El Nuevo Museo de la Acrópolis tiene carácter monográfico. Y se erige sobre un yacimiento paleocristiano excavado ex profeso. Que es visible a través de suelos de cristal transparente gracias a que el edificio pivota en hueco sobre sólidas columnas de cemento.

5cariatides1Confieso que lo primero que he hecho al llegar a la Acrópolis es detenerme con respeto ante la silueta del Partenón. El gran legado de Pericles, que encomendó al arquitecto Fidias. Y que ahí sigue. Con la solemnidad de siempre. 25 siglos después de su construcción en marmol blanco extraído del monte Pentélico. Como templo dedicado a la diosa Atenea por la victoria  frente a los persas. El Partenón es una obra maestra de la humanidad. Que ha sufrido todo tipo de avatares desde que dejó de ser templo pagano. Fue iglesia bizantina. Y también latina. Los turcos lo reconvirtieron en mezquita. Pero en su espacio albergaron un polvorín. Que el navegante Francesco Morosini bombardeó sin piedad en el siglo XVII en nombre de la República de Venecia. Destruyendo en parte un edificio que milagrosamente había llegado casi intacto a su segundo milenio. Y que fue definitivamente expoliado un siglo después por sir Thomas Bruce, onceavo duque de Kimcardine y septimo conde de Elgin. Embajador británico en el Imperio Otomano entre 1799 y 1803. Depredador de piezas arqueológicas, además de otras antigüedades. Que ordenó -con consentimiento turco- desmembrar sus mármoles, llevándose a Londres 75 metros de frisos, 15 metopas y 17 figuras correspondientes a los dos pedimentos frontales. Casi las dos terceras partes de la ornamentación original de este edificio dórico. Donde los malvendió al British Museum. Que hoy los exhibe entre sus tesoros. Aunque reclamados por el Gobierno griego. Que en la tercera planta del Nuevo Museo de la Acrópolis ha dejado acondicionado el espacio natural a escala que ocuparían por si retornan algún día. Junto a las piezas que nunca salieron y las que se han podido rescatar de la destrucción. Triste reparto éste de un monumento que no terminó sus desgracias con el expolio salvaje del conde Elgin. Porque en la Segunda Guerra tuvo que soportar la humillación de enarbolar una inmensa bandera con la esvástica negra del III Reich. Que simbolizaba la ocupación de Grecia por la Alemania nazi. Precisamente en la antigua polis donde nació la democracia.

Entre los edificios que alberga la Acrópolis figura también el Erecteion, levantado en 421 a.c. Que es un templo jónico ubicado a un lateral del Partenón. Está dedicado a varias divinidades, entre ellas Erecteo, rey mítico de Atenas, y Poseidón, el dios del mar que perdió frente a Atenea la protección de la ciudad. En el Erecteion se encuentra el pórtico de las Cariátides, compuesto por seis esculturas femeninas drapeadas a modo de columnas de soporte. Es un conjunto de impresionante belleza que esconde leyenda. Por cariátides se entiende a los pobladores de una ciudad del Peloponeso (Caria) que se alió con el invasor persa en las guerras médicas. Como castigo, los atenienses exterminaron a los hombres. Y vendieron a sus mujeres como esclavas. Para soportar la más pesadas de las cargas. Que es lo que representan estas seis mujeres sosteniendo el templo. Las figuras que se encuentran en el Erection son réplicas de las originales. Que ocupan lugar preferente en el Nuevo Museo de la Acrópolis. Con excepción de la mejor conservada, que se la vendió Elgin al British Museum. Donde se expone en solitario. Las esculturas han perdido los brazos. Que en origen sujetaban vasijas para las libaciones. Mientras el peso del templo lo sostienen con sus cabezas. Era tan bello este templo que el oficial turco que mandaba el destacamento de la Acrópolis le dio en 1463 uso de haren. Tapiando parcialmente el pórtico para que no pudieran ser vistas las concubinas, las observadas o las llamadas siervas, entre otras moradoras. Las calles próximas al Mercado Central siguen entretenidas. Casi de fiestas. Estamos a ocho días de la Pascua ortodoxa, que este año coincide con la romana. Y que es la festividad más importante de esta República. Pero también a menos de una semana del Día de la Independencia (1821), que se celebra el 25 de marzo. Cuando me doy cuenta he llegado a la plaza de Syntagma (Constitución), donde me alojo. Tras cruzar la avenida de (la reina) Amalias, un lapidario con fragmentos de la Oración fúnebre de Pericles me sitúa ante la Tumba al Soldado Desconocido. Que custodian dos centinelas évzones con sus faldas escocesas de 400 pliegues. El mismo número de años que los turcos permanecieron en Grecia.