Dama de Elche

Estoy tomándome un café en el Gijón. Después de una breve visita al Museo Arqueológico Nacional. Que está en obras. Y que para evitar su cierre al público acoge una exposición selectiva de sus mejores piezas. O tesoros, que es como reza la convocatoria. Media hora ha durado el recorrido. Durante el que he podido presenciar a la Dama de Elche en complicidad con la de Baza. Y al Toro (o bicha) de Balazote casi hablándole a la Leona de Baena. Estas figuras del arte ibérico me resultan familiares. Las conocí en las láminas que acompañaban mis libros de texto. La Dama de Elche es un símbolo muy español. Pero estuvo a punto de no serlo. Descubierta en 1897 en La Alcudia de Elche, fue adquirida por el hispanista francés Pierre Paris y depositada en el Museo del Louvre previo pago de 4.000 francos de la época. Hasta que en 1941, cuando Francia estaba ocupada por Alemania, fue repatriada a España. Primero se expuso en el Prado, pero desde 1971 radica en el Arqueológico. Al que se accede por la calle de Serrano. Y ocupa las espaldas de la Biblioteca Nacional. El Café Gijón -que está enfrente- conserva el glamour de los viejos establecimientos de su clase. Pocos quedan ya en Madrid. Diría yo que el Comercial y éste. Siempre acudía allí el actor Manuel Alexandre. Que era el icono de sus tardes. Junto a Alfonso González, el añorado cerillero. Representante de la sabiduría popular. Y el último anarquista que conocí. Tan ibéricos ambos como el Toro de Balazote. Y capaces de enamorar con palabras a la Leona de Baena. O a las dos grandes damas que acabo de visitar. Hacía tiempo que no acudía al Museo Arqueológico Nacional. Y no me arrepiento de haberlo hecho. El último gran museo de estas dimensiones que visité fue el de la Acrópolis de Atenas. En la primavera pasada. Y en donde se custodian los pocos tesoros que quedan ya del Partenón tras tantos expolios. Pocos meses antes estuve en el Museo Nacional de Antopología de México DF. Cuya pieza de más valor es la Piedra del Sol. O también conocida -por error- como Calendario Azteca. Un disco monolítico que perteneció al Templo Mayor de México. Y que incluye inscripciones relativas a los cultos solares de la cultura mexica. Exhibe también el museo madrileño una pieza única. Que no procede de la mano del hombre. Sino de la Naturaleza. Porque se trata de un fémur fosilizado de elefante –elephas antiquus– que tiene aproximadamente 400.000 años. Y que fue hallado en el valle de Ambrona, en Soria. Ocupa la primera vitrina, junto a unas astas y una mandíbula equina de hace 200.000 años. Ambas localizadas en la provincia de Madrid.

El Gijón es uno de mis lugares preferidos de la capital. He conocido ya a un par de dueños. Pero el tipo de clientes no cambia con el tiempo. Se renueva, creo yo que tomándose el relevo. Cuando llegué a Madrid en 1974 lo frecuentaban el poeta Antonio Hernández y un personaje singular llamado Lolo Adrada. Poeta también, pero sin obra. Y que un día desapareció para siempre. Sé que actuaba de enlace entre la dirigencia del PCE (en el interior) y la agrupación de Cádiz. Donde residía su familia. Supe de aquello porque un día me lo señaló un sargento de la Brigadilla de nombre  Gregorio Núñez. Que en mis años gaditanos de bachillerato acudía a un café llamado Andalucía mezclándose con los clientes. Todavía existe ese establecimiento. Cuyos dueños son de origen valenciano. Y que dispone de una amplia terraza con mesas a la calle por donde pasa toda la ciudad. Calle Columela esquina a la Plaza de las Flores. Adrada era un superviviente, pero de izquierdas. Alguien me contó que en su cartera llevaba un recorte de prensa en el que aparecía fotografiado con Pemán. Y que guardaba como salvoconducto por si lo detenían. El Café Gijón abrió sus puertas en 1888 gracias a los ahorros de un emigrante asturiano recién llegado de Cuba. Gumersindo García se llamaba. Por sus mesas pasaron Ramón y Cajal, Baroja, Pérez Galdós, Benavente, Canalejas, Gómez de la Serna y Valle-Inclán. Después Marañón, Severo Ochoa y muchos otros. Que yo recuerde Alexandre compartía tertulia en los últimos años con Manuel Vicent, Alvaro de Luna y José Manuel Cervino. Y aunque pisó por primera vez el Gijón en los años 40 de la mano de Fernando Fernán Gómez no fue hasta los 6o cuando empezó a frecuentarlo casi a diario. Mientras apuro el café observo las mesas del salón. Y me pregunto cuánta gente anónima pasó por aquellos terciopelos rojos de sus sillones. Estoy convencido de que en las tertulias del Gijón se ha tenido que hablar de la Dama de Elche. No sólo por ser de por sí misteriosa, sino porque su autenticidad se puso alguna vez en duda. Si yo tuviera que escribir un guión de cine desarrollaría en este salón del Gijón un compló falangista para robar la pieza del Louvre con ayuda de la Gestapo. Y con la intención de ofrecérsela a Franco como símbolo patrio para asentar el régimen. Pero para que todo no resultara tan fácil agregaría acciones de sabotaje contra la operación por parte de guerrilleros españoles unidos a la Resistencia. Uno de estos sería Lolo Adrada, pero no en avanzada. Sino cubriendo junto a Alfonso el Cerillero las incursiones desde la retaguardia.

El Café Gijón me ha incitado a la fantasía. Pero sin alejarme mucho de la realidad. Porque sí hubo una operación de rescate de la Dama de Elche. En este caso fruto de la negociación. La connivencia de Franco con Hitler (y las ventajas que por ende ofrecía el Gobierno títere de Vichy) permitieron recuperar la pieza en un intercambio de obras que favoreció al régimen. La Dama regresó a España dentro de un lote arqueológico. Y junto a la Inmaculada de los Venerables. Obra de Murillo que el mariscal Soult sustrajo del Prado durante la guerra de la Independencia. A cambio Franco le entregó al Gobierno de Petain un retrato de Mariana de Austria atribuido (con dudas) a Velázquez. Y un Greco que se exhibía en el Museo de Santa Cruz de Toledo. La Dama de Elche identifica un busto femenino tallado en piedra caliza que nunca ha sido restaurado. Y todavía en sus labios se pueden apreciar restos de pinturas de su primitivo policromado. En la exposición de sus tesoros que ha organizado el Museo Arquelógico Nacional ocupa el espacio principal. Protegida por cristales blindados y con luz especial. El busto muestra en la espalda una cavidad que induce a pensar que podría haber tenido funciones funerarias. Probablemente cómo depósito de restos cremados. Cierto o no, la Dama viene acompañada desde su hallazgo por la especulación. Ha sido relacionada con una diosa, una sacerdotisa y una novia enjoyada. También con el dios Apolo, para lo que se llegó a decir que se trataba de un busto masculino. Convincente es que fuera creada como imagen de culto. Y después reutilizada como urna funeraria. Dejo el Gijón poseido por el misterio. Y camino por el paseo de Recoletos intentado adivinar quién fue aquella señora. Bautizada por el zagalillo que la descubrió en 1897 con el nombre de Reina mora. Gentil piropo tan distante de la realidad. Pero digno de la gente sencilla cuando presencia belleza. Yo pienso que la Dama de Elche desprende tristeza. Probablemente fruto de la incomprensión. Y también de sus sufrimientos. Húerfana de orígenes, fue vendida a un país extranjero. Intercambiada. Y separada de su enclave natural. Además de discutida por algunos estudiosos que todavía creen que se trata de un fraude moderno. Pero yo hoy la he sentido distinta. Cuán reina de esta exposición selectiva de los tesoros del Museo Arqueológico Nacional. Y en complicidad con la Dama de Baza. Recibiendo pleitesías del Toro de Balazote y la Leona de Baena. Reconocida como exponente secular del arte ibérico. Y probablemente ya más segura de su identidad.