Asomado al mar (10 y último)

El 23 de marzo de 1919 Mussolini crea en la Piazza del Santo Sepolcro de Milán los Fasci di Combattimento. Casi trescientos voluntarios que han pasado a la historia con el nombre de sansepolcrista. Por ser los primeros escuadristas del Duce. Uno de aquellos hombres era un joven ingeniero llamado Ernesto Marchiandi. Nacido en Bolzanetto, municipio entonces próximo a Génova. Y hoy ya integrado en la gran ciudad. Marchiandi viajó años después a España para ponerse al frente de una fábrica de productos químicos para uso farmaceútico-industrial ubicada en Aranjuez. Llegó también con el encargo de Mussolini -ya instalado en el poder- de representar a los Fascio en España. Y en breve se convirtió en un hombre con tanto poder (o más) que el propio embajador de Italia. La influencia política de Marchiandi se extendió sobre la Dictadura de Primo de Rivera. Y especialmente en la persona de su entonces ministro de Trabajo. De nombre Eduardo Aunós, otrora secretario de Cambó. Que lo hizo su consigliere con el fin de implantar el modelo corporativo fascista en España. Como ocurrió con el Código del Trabajo de 1926. El ingeniero no sólo colaboraba con la Dictadura sino que empezó a sembrar entre sus cachorros. Y pronto se le vio al lado de José Antonio. E incluso de un joven opositor a la abogacía del Estado llamado Serrano Súñer, cuñado después de Franco y gran admirador de Mussolini. Marchiandi murió en 1945 asesinado por partizanos comunista en un hospital de Génova. Tras haber representado al Fascio en la Francia ocupada y haber sido después comisario nazionale del Laboro con Mussolini. Pero lo curioso es que su figura desaparece súbitamente de la historia a raiz de su muerte. Tanto en España -donde incuba el ideario sindical fascista que hace suyo el franquismo- como en Italia. Y deja también una gran laguna en cuanto a Borghese. Y, en concreto, después de aquel viaje clandestino que el Principe Nero hizo en diciembre de 1942 bajo su protección (y acompañado de un aristócrata falangista) a la bahía de Algeciras para visitar a los hombre del Olterra. Antonio di Oliva, el viejo colonello con quien yo conversaba en aquel hotel de Argel, conocía también a Marchiandi. Pero sobre todo a un hermano de nombre Mario. Que fue quién heredó el negocio químico-farmaceútico de Aranjuez. Y que también pertenecía al circulo fascista de España. Ya con Mussolini al frente de la Reppublica Sociale Italiana. Y de la que fue representante oficial en Madrid nada más ser rescatado el Duce por Skorzeny.

Por el testimonio de Antonio Di Oliva -genovés como los Marchiandi y los Ramognino- supe también en Argel que Borghesse había logrado a finales de los años sesenta un pacto anticomunista entre el Gran Oriente de Italia, el crimen  organizado calabrés (ndrangheta) y el Fronte Nazionale, el nuevo partido neofascista que lideraba. Masonería, mafia y extrema derecha juntos. Esa reunión se celebró de modo secreto en una finca de Parghelia (provincia de Vibo Valentia, sur de Reggio Calabria) llamada Villa La Spagnola, hoy reconvertida en complejo turístico. Y que entonces era propiedad de Renzo di Piramo, consejero delegado de Philco Italia S.p.A (industria electrónica). El apellido Di Piramo no me sonaba de nada en ese momento. Por lo que dirigí mi curiosidad hacia el nombre de la finca. Al creer yo -distraido por la imaginación- que podría encerrar alguna leyenda. Y que aquella spagnola podría ser una princesa del viejo Reino de Nápoles. O incluso alguna dama protegida por los papas Borgia. Pero Antonio di Oliva me devolvió a la realidad al confesarme que aquella finca -con una torre aragonesa de vivienda principal- llevaba el nombre de La Spagnola por la esposa del propio Di Piramo. De nombre Fiorella Marchiandi Babboni. Hija de Mario Marchiandi Venturi. Y sobrina del ingeniero fascista de Aranjuez. Italiana, pero educada (y casada) en Madrid. Como su prima Anna María Marchiandi Lozano, baronesa de von Hunolstein. Con esta revelación volvía a irrumpir el apellido Marchiandi en la agitada vida del Principe Nero. Al igual que ocurriría a su muerte cuando otro Marchiandi Lozano -de nombre Italo– aparece en escena como persona de confianza de Borghese en España. Que se encarga de recoger sus pertenencias en la casa de Lagasca 67. De organizar el funeral en la Iglesia de San Nicolás de los italianos. Y de acompañar en aquellas horas a la dama nera en su desconsuelo. Los Marchiandi -mussolinianos confesos- constituyen historicamente la conexión española del Principe Nero. Dato curioso porque Borghese nunca se llevó bien con Mussolini. Pero son ellos quienes le invitan a viajar a Madrid en otoño de 1957. Poco después de recuperar los derechos civiles que tuvo suspendidos como convicto de guerra. Y son ellos (y hoy sus descendientes) quienes supongo que conocen casi con exclusividad las andanzas de este príncipe romano en Madrid tras el golpe de Estado de 1970. Von Kbobloch me contó muchos detalles sobre Borghese en 1975. Pero en realidad fueron principalmente Antonio di Oliva en Argel y Manuel González Scott-Glendowyn en Lagos quienes con sus revelaciones me han permitido armar este relato. De aquella reunión clandestina en Parghelia, Di Oliva sólo me mostró tres cartas. Masonería, mafia y extrema derecha. La cuarta -la más secreta de todas- me la dio a entender. Y creo que esa carta fue siempre el salvoconducto de Junio Valerio.

El Principe nero reposa desde septiembre de 1974 en suelo pontificio. Concretamente en Santa Maria la Maggiore. Una de las cuatro basílicas (mayores) del Vaticano. Y junto a dos papas. Pablo V, de nombre Camilo Borghese, y Clemente VIII. En la que se conoce como capilla Paulina. O también Borghese. Y que debe sus nombre a Paulina Bonaparte. Hermana de Napoleón allí enterrada por su matrimonio con un principe de esta familia. Junio Valerio cumplió sólo cuatro de sus nueve años de condena por su participación en la Segunda Guerra. Y fue juzgado exclusivamente por sus operaciones antipartisanas -en realidad anticomunistas- después de 1942. Cuando reconvirtió a la Decima en una unidad de infantería al servicio de Hitler. Terminada la guerra -camuflado con un uniforme de la US Army (y a bordo de un jeep)- fue llevado de Milán a Roma tras ser rescatado por los aliados de los partizanos. Ya conté que esa operación la diseñó James Jesús Angleton -responsable de la inteligecia americana- por orden del vicealmirante Ellery W. Stone, procónsul americano en la Italia aliada. Y amante entonces de una aristócrata romana amiga del príncipe. Pero en realidad quien movilizó al Ejército norteamericano en favor de Borghese fue el cardenal Giovanni Battista Montini. Secretario de Estado del Vaticano con Pio XII. El ferviente papa anticomunista sobre el que arrastran sopechas de colaboración con Hitler. Si Montini era poderoso entonces más lo sería después. Porque a la muerte de Juan XIII en 1963 se convierte en su sucesor como Pablo VI. Eligiendo de nombre para su pontificado el que llevó aquel papa Borghese llamado Camilo. El del apóstol San Pablo. Fue ya ahí donde Antonio di Oliva detuvo sus conversaciones sobre el Principe Nero. Lo hizo esbozando una sonrisa. Y diciéndome que hasta las puertas de la Iglesia llegaban sus conocimientos. Pero insinuándome que el poder del Vaticano puede ser infinito. Nunca me creí tampoco que Borghese muriera en Cádiz envenenado como decían algunos de sus correligionarios. E incluso el semanario L’Europeo. Porque desde que escribí por primera vez sobre el Principe Nero aquel verano de 1975 en Diario de Cádiz jamás dudé de la profesionalidad de los tres médicos que le atendieron, los doctores Kiesser y Rodríguez, en Conil de la Frontera, y Sánchez de Lamadrid, ya en el hospital de San Juan de Dios. Y porque su familia -de la que unicamente sobrevive ya su hijo menor, Andrea Scirè– jamás planteó tal hipótesis. Un príncipe envenenado es un excelente final para una novela. Y probablemente para la imaginación de quienes hicieron de Borghese un mito. Pero murió de pancreatitis hemorrágica. Hoy es viernes. 14 de enero de 2011. Y en Madrid luce un sol espectacular para ser invierno. Paseó por la calle Lagasca frente al último domicilio del Principe Nero. Un lujoso apartamento de 35 metros cuadrados en donde residió entre 1972 y 1974. Generalmente sin compañía. Salvo las veces que le visitaba desde Roma la dama nera. Observo que en el portal 67 entra un empleado de una floristería que lleva cuidosamente entre sus manos un centro de orquídeas. Que es también flor silvestre del Mediterráneo. Y pienso que esta secuencia sería también un buen final para una novela.

Foto: Basilica Santa Maria la Maggiore, de Roma.

                                                                                                                (Fin)