Termas romanas

Viajo desde Mérida (Emerita Augusta) a Pamplona (Pompelo) para después pasar a Francia, la antigua Galia.Por algunas carreteras que recorro discurrían otrora diferentes calzadas romanas. De un lado la que unía Mérida con Pamplona, pasando por León, que se llamaba entonces Legio VII. Y la que también desde Mérida enlazaba a ésta con Taragona (Tarraco) a través de Caesar Augusta (Zaragoza), desde donde otra calzada conducía también a Pamplona. Los romanos contruyeron en España (Hispania) 6.953 millas de calzadas, lo que equivaldría hoy a 10.000 kilómetros de carreteras. De hecho, la actual red viaria española tiene su orígen en esta otra de calzadas romanas. Después vinieron los Caminos Reales de tierra. Y más tarde los peones camineros, que datan de tiempos de Fernando VII, triste rey de nuestra historia. Con la aparición del automóvil todo esto cambió. Y en la Dictadura de Primo de Rivera, el I conde de Guadalhorce, de nombre Rafael Benjumea y Burín y sevillano con poder conyugal en Málaga, dotó de asfalto a las carreteras españolas concidiendo con la revolución que provocó el uso del automóvil. Con carreteras construídas sobre firmes especiales y un parque vehicular creciente, llegó el turismo. Y con éste, los paradores nacionales, el primero de los cuales fue inaugurado en 1926 a iniciativa del vallisoletano Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II marqués de la Vega-Inclán. De manera, que los españoles debemos de estar muy agradecidos a los títulos de la Restauración y la Dictadura de Primo de Rivera -el segundo antes que el primero- porque nos regalaron una red de carreteras. Y otra de paradores de turismo. Luego vendría Pepiño Blanco. Hijo de un peón caminero gallego. Que convertiría a las gasolineras en lugares de hacer negocios dentro del coche. Al tiempo que Pérez Rubalcaba nos bajaba el límite de velocidad. Y después lo subía. Este trayecto con paradas que realizo entre Mérida y Pamplona lo revisto de sueños. De manera que me siento en tránsito sobre una calzada romana. Pero el detector de radares me devuelve a la realidad. También la radio pública, que en uno de sus boletines informa que, después de cinco meses, ya han sido reparados todos los radares que permanecían estropeados. Porque, para quien no lo sepa, mientras cayó Bankia, nos hacíamos más pobres, subía la prima de riesgo, bajaba la bolsa, crecía el paro y nos precipitábamos hacia el primer rescate -y digo primero porque habrá más- dejaron de funcionar por anomalías técnicas, o falta de conservación, muchos radares de nuestra red de carreteras, con el consiguiente descenso de infracciones. Y menor actividad de la Guardia Civil, hoy ocupada a jugar a los barquitos en Gibraltar. La insuficiencia de nuestros radares creo que ha sido la mejor noticia que hemos recibido en los últimos meses, aparte del éxito a modo de los del Olimpo que obtuvo el combinado nacional en la Eurocopa de fútbol.

Como cada año, he acudido este mes de agosto al festival del Teatro Romano de Mérida. Esta vez he elegido la versión de La Odisea, poema épico de Homero, que interpreta a modo de monólogo mi querido Rafael Álvarez El Brujo. Excelente actor nacido en Lucena. Y antiguo compañero mío en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Rafael tiene un enorme mérito porque empezó desde abajo. Y pasó muchas fatigas durantes sus primeros años. Pero el amor por el teatro fue siempre su constante. Y hoy es un actor de primera reclamado en toda España, con el añadido de que goza de una red de amigos en facebook que le sigue por los teatros en los que representa sus obras. Diez funciones tiene comprometidas en Mérida, lo que ya es también otra odisea. El Brujo ha sido castigado por la cruel crítica de los ilustres sandios que desde los periódicos se creen sabedores del más puro teatro. Más icluso que el propio Homero. O nuestro Calderón de la Barca, que para eso es autor nacional. Pero los críticos se han llevado una sorpresa. Porque Rafael ha llenado el teatro romano del cónsul Agripa -yerno de Augusto– hasta sus gradas más altas. Y además provocando aplausos a rabiar. Probablemente El Brujo no ofrece una versión ajustada a La Odisea. E incluso siquiera adapta su interpretación al orden de los 24 cantos de Homero. Pero se introduce en el aedo griego aportando lo mejor de las tablas que tanto le ha costado conseguir. Que no es otra virtud que el teatro cómico en sentido puro. El mismo por el que eran premiados los grandes actores del género en las celebraciones teatrales de las Leneas, las fiestas griegas en honor de Dionisio. Porque el buen cómico griego -como El Brujo en Mérida- hacía caricaturas de la vida cotidiana. Y la vida cotidiana española es Rato, Bankia, Rajoy y hasta Sánchez Gordillo, que ahora se dedica a asaltar supercados para distanciarse de sus coleguillas que co-gobiernan Andalucía. Pobre hombre este Sánchez Gordillo, que si quiere pasar a la historia debería ceder su cama a algún desamparado y dormir sobre una tabla. Como hizo Salvochea. Pero este no es de dormir sobre tabla. Porque lo suyo es una tabla astillada de teatro ambulante, pero del malo que solía acabar sus funciones a tomatazo limpio. El Brujo recurre en su obra a la diosa Palas Atenea, artífice de las aventuras de Ulises en su retorno a Ítaca, para conectar con un espectador que no tiene tiempo para leer el texto de Homero. Y conducirlo a la realidad que vivimos en España a través de este poema clásico. Lo has conseguido, amigo mío.

En Pamplona hace mucho calor. Las temperaturas están disparadas. Y más que un territorio en el solar de los vascones hoy es una terma romana. Cuentan los cronistas que aquí se retiraba el Ejército de Roma después de sus contiendas con los originarios de Euskal Herría. No sé si por Pamplona pasó Pompeyo, a quién el Senado de Roma -muy agradecido porque lo salvó de Sila– lo envió a Hispania a acabar con Sartorio, que se había hecho de forma tirana con la España romana. Pero la vieja Iruña ha quedado asociada para la posteridad a este general de Roma. Y esto no se discute. Crucé Pamplona recientemente en tren coincidiendo con los Sanfermines. Hoy la encuentro más tranquila, sorteando el calor de agosto. Y con muchos turistas por sus calles. En el mercado de Santo Domingo se expenden hermosos tomates del feo de Tudela a 2.45 el kilo. Y en la calle de La Mañuela una pescadería anuncia descuentos a los desempleados que allí se presenten con la tarjeta del Inem. Hay una España solidaria, y legal, de la que los periódicos no se hacen eco. Y también un España teatral, con Sánchez Gordillo a la cabeza, que se cuela en las primeras páginas de los diarios en agosto. Yo quisiera no leer, pero leo. Y eso que atravieso un momento revisionista en mi vida. Que no quiere decir que renuncie a lo que he sido. Y soy. Pero que me hacer sentir crítico sobre viejas (y firmes) convicciones. Esto lo da la libertad, porque el periodismo acomodado tiene mucho de secta. No hay más que leer a los llamados periódicos de centro izquierda que intentan socorrer a los socialistas cuando las encuestas ciudadanas los condenan a sufrir bajas temperaturas. O los de derechas. Que son mayoría y que se desviven por salvar a Rajoy, y a Cospedal, del desastre hacia el que camina España. Una periodista de una cadena nacional daba cuenta hoy del encuentro entre el rey Juan Carlos y los dos líderes sindicales del país describiendo sus corbatas. Naranja la del monarca. Y azules las de Méndez y Toxo. Mi pregunta es que hacían estos dos con corbata en la Zarzuela, con el calor que asola a España. Y con este rey de mercromina que tenemos. Que se ha ganado el descrédito por sus continuas borbonadas. Y por entregarse a nefastas compañías. Pero el desarollo de esta crítica se la dejo a Rafael Álvarez El Brujo porque yo me voy ahora a tierras galas. Pero pasando por el valle del Baztán, tierra de mis ancestros. En donde anuncian 37 grados. Que es la temperatura que desde hace meses viene marcando España sin que se prevean vientos refrescantes que la rebajen en grados para nuestro sosiego. Y deseada calma.