[Enrique Bartorelo]

En la gaditana calle de Sacramento, a la altura del todavía recordado Teatro Andalucía [1949-1994], tenía en 1862 un estudio de fotografía Enrique Bartorelo Quintana, perteneciente a una familia de ciencias. E ideas avanzadas. Para la época. No existía entonces el citado teatro, sino un convento en ruinas que perteneció a la Orden Franciscana [Descalzos], expropiado tras la primera desamortización [1820, Mendizábal]. Y pendiente de demolición, no consumada hasta 1869. Obsoleto ya el daguerrotipo, que se había estrenado en la España peninsular en 1839, la fotografía era una novedosa forma de expresión artística, que avanzaba velozmente en su técnica. Y atraía ingente curiosidad entre la ciudadanía, no exenta de emociones como consecuencia de las sorpresas que iba deparando el Siglo de los Inventos. Pero Bartorelo no era un excéntrico aficionado a la fotografía. Ni un innovador artista de la época. Era un convencido fourierista que hacía suya en Cádiz, ciudad de revoluciones, la máxima de Robert Owen [1771-1858], o del propio Charles Fourier [1772-1837] -padres del socialismo utópico-, de que la fotografía debía de sobrepasar el ámbito privado para ponerse al servicio del desarrollo industrial, entendiéndola como un insobornable vehículo dispuesto a transformar el mundo. desclazosEn torno al citado estudio fotográfico, que Bartorelo compartía con el activista [y malogrado diputado constituyente] Rafael Guillén Martínez [1839-1869], se consolidó una célula revolucionaria precursora del socialismo. De la República. Y de la causa demócrata federal. Por allí transitó Fermín Salvochea, recién llegado de Inglaterra y con apenas 20 años, que tiempo después retrató en metáfora la vecindad de aquel frágil estudio con el sólido y vetusto edificio religioso, en el que palpitaba el fanatismo y la reacción. Representaba a dos enemigos animados, contemplándose frente a frente, escribió. En los años previos a la Primera República, aquellos revolucionarios se echaron al monte, regando con su sangre barrancos. Y lindes. Pero sucedió también después -instaurado ya el nuevo régimen-, cuando la utopía no se hizo realidad. Y el fracaso fue respondido a cañonazos. O con barricadas. El socialismo utópico, o precientífico en definición de Marx [Karln], entró en España por Cádiz. Y su introductor fue un exaltado liberal, antiguo oficial del Ejército e integrante de una adinerada familia de Tarifa: Joaquín Abreu Orts [1782-1851]. Había conocido a Fourier en su falansterio de Conde-sur-Vesgue [Seine et Oise, Francia]. Y propagó sus ideas a través de diversos periódicos andaluces. En el inicio de los 40 se constituyó en Cádiz un grupo de utópicos, que incluso se proyectó hacia México. Y, ya en los 50, surgió otro, encabezado por Fernando Garrido Tortosa, amigo y coetáneo de Sixto Cámara. Hoy, en la alborada del siglo XXI, se puede decir que la fotografía ha cambiado al mundo, pero no lo ha hecho más justo. En cambio, es un valioso instrumento universal de comunicación, que no sólo forma a la humanidad. Si no que le permite conservar sus recuerdos. El 17 de octubre de 1892 fallecía Enrique Bartorelo Quintana. En su obituario, Diario de Cádiz le despedía escuetamente a modo de epitafio: Fue un antiguo fotógrafo, que de joven experimentó ideas avanzadas y teorizó sobre la reforma social. “Cuando nos paramos a pensar sobre la naturaleza, sobre la historia humana, o sobre nuestra propia actividad espiritual, nos encontramos de primera intención con la imagen de una trama infinita de concatenaciones y mutuas influencias, en la que nada permanece en lo que era, ni cómo y dónde era, sino que todo se mueve y cambia, nace y perece” [De la serie Cuaderno emérito].

 

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Cita literaria: Socialismo utópico y socialismo científico, de Friedrich Engels. Ilustración: Fotografía del desaparecido Convento de Los Descalzos desde la Torre de Tavira, Cádiz. Década de los 60, siglo XIX.