Entre Zurbaranes

Suelo visitar el Museo de Cádiz cada vez que acudo a la ciudad. Como en este caluroso (y agotado) agosto que reclama lugares sombríos. Cuando no climatizados. Encontrarme con esta pequeña (pero importante) pinacoteca es ya una costumbre. Que inicié siendo adolescente empujado por la primera obra de arte catalogada que presencié en mi vida. Y que perteneció al mayorazgo de los condes de Monte Alegre. La visión de San Francisco, un Greco que se encuentra en una iglesia a seis manzanas de la casa donde nací. La del Hospital de Mujeres. Espléndido edificio del barroco gaditano ya en desuso que hoy acoge dependencias del Obispado. El Museo de Cádiz gira fundamentalmente en torno a Zurbarán. Que da nombre a la colección más importante que reune. Un conjunto de 18 lienzos y tablas procedentes en su mayoría de la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez de la Frontera, además del antiguo convento de Capuchinos de esa misma ciudad. Y que llegaron aquí en 1836 tras la desamortización de Mendizábal. Apoteosis de San Bruno es la obra más espectacular. Plasmada en un óleo sobre lienzo de grandes proporciones (y en forma de medio punto) que se supone presidía el segundo cuerpo de los tres que componían el retablo mayor del ábside de aquel monasterio. Y en el que el fundador de la orden -nacido en Colonia en 1032- aparece en éxtasis sorprendido por la luz divina, con la mitra y el báculo en el suelo. Que representan el rechazo de San Bruno a la dignidad episcopal (Reims) por considerarse inmerecedor de ella.metropolitan-la-virgen-de-la-defension

La mayor parte de las obras pintadas por Zurbarán para la Cartuja jerezana -hoy regida por una comunidad de monjas de Belén- se encuentra en Cádiz, salvo cuatro que se exhiben en el Museo de Grenoble, otra en el Nacional de Poznan (Polonia) y una última en el Metropolitan de Nueva York. Que unos llaman La Batalla de Jerez y otros la Virgen de la Defensión, si bien su nombre real es La batalla de moros y cristianos de El Sotillo. Lugar donde se erigió una ermita anterior a la Cartuja. En agradecimiento -según la leyenda popular- a la intercesión de la Virgen en 1248 en favor de las tropas del rey Fernando III. Aunque se ha intentado reconstruir la distribución original del retablo, ningún especialista ha sido capaz hasta ahora de lograrlo. Y menos con certeza. Caso de Paul Guinard, director de la Casa de Velázquez. Walter Liedke, comisario de pintura europea del Metropolitan. Y el erudito César Pemán, conservador durante décadas de la pinacoteca gaditana. Lo que no cabe duda es que el óleo sobre lienzo de la Virgen de la Defensión que se muestra en el Metropolitan es el que presidía el retablo. Y también el que arrastra más incidencias. Pese a que se encuentra en el museo neoyorkino desde 1920, ha corrido todo tipo de suertes. Formó parte del expolio de las más de 300 obras de arte que el barón Dominique Vivant Denon se llevó a Paris como botín de guerra tras la ocupación francesa de España. Fue expuesto en el Museo Napoleón (Louvre) de Paris en 1813. Y repatriado (además de restaurado) al año siguiente por la Real Academia de San Fernando, que se lo quedó en depósito. Regresó a Jerez en 1823, hasta que en 1837, tras la desamortización de Mendizábal, lo adquirió José Cuesta. Que se lo vendió ese mismo año por 40.000 reales al barón (Isidoro) Taylor como regalo para Luis Felipe I, último rey de Francia. Y empecinado en poseer una colección española capaz de ensombrecer al Prado. Durante diez años volvió a ser exhibido en el Louvre junto a otros 79 zurbaranes. Pero en 1853 -ya derrocado Luis Felipe- fue adquirido en subasta (Christies, 170 libras) por Henry de Labouchere, primer barón de Tauton. Pasando a las islas británicas hasta que su último propietario, el capitán (y crítico de arte) Robert Langton Douglas -que fuera director de la National Gallery de Dublín-, se lo vendió al Metropolitan.

Por estar ausente entonces de Madrid me perdí en 1988 la antológica de Zurbarán que reunió en el Prado lo mejor de su obra repartida por el mundo. De hecho, la exposición -inaugurada en el Metropolitan de Nueva York un año antes- reencontraba a los zurbaranes gaditanos con la que había sido la obra matriz del retablo, La Batalla entre moros y cristianos de El Sotillo. Aunque faltaba una de las diez magníficas tablas de monjes cartujos (y ángeles turiferarios) que se supone ornamentaban -al parecer en forma de semicírculo- el pasillo del sagrario. Y que desapareció coincidiendo con el saqueo francés de la Cartuja. Que fue convertida en cuartel de las tropas invasoras tras la huida precipitada de los monjes a Cádiz. Hoy se guarda ausencia a esta tabla en la composición que se ha recreado en la sala de la galería gaditana para la exhibición del conjunto artístico. Tal como lo hace en Atenas el nuevo museo de la Acrópolis con las piezas expoliadas del Partenón que se exponen en el Bristish Museum. Pero la suerte está en que se conoce perfectamente la iconografía de la tabla desaparecida puesto que existen dos copias en poder de coleccionistas privados que así lo acreditan. Pese a ello, mi intención es conocer el retablo completo allí donde estén sus piezas. He tenido la suerte ya de presenciar en el Metropolitan la grandiosidad de la obra principal. Y espero en breve viajar a Grenoble para conocer los cuatro zurbaranes de su museo y contarlo. Me queda La Virgen del Rosario que se exhibe en Poznan. Cuya pinacoteca, con obras de Ribera, Alonso Sánchez Coello y Carreño de Miranda, alberga la mayor colección de pintura española de Polonia. El rostro de esta Virgen del Rosario -que aparece venerada por los monjes cartujos Domingo de Helion y Adolfo de Essen– está inspirado en el de Margarita de Baviera, hija de Felipe II de Borgoña y fundador de la Cartuja de Champmol. Fue adquirido a mediados del XIX en Londres mediante subasta por el polaco Atanasio Raczynsky porque el primero de los dos cartujos había nacido cerca de Gdansk y porque se supone también que es el precursor del rezo del Santo rosario. También es mi deseo acceder en algún momento a los coleccionistas que conservan copia de la tabla desaparecida. Mientras tanto, continuaré acudiendo al Museo de Cádiz durante mis estancias en la ciudad. Y seguiré buscando a Zurbarán en las paredes del Prado. Que me ha descubierto a este maestro extremeño más allá de la pintura monástica. Con sus diez lienzos mitológicos sobre Hércules. O la Defensa de Cádiz frente a los ingleses. Cuadro de enorme valor histórico que le encargó Felipe IV para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Y que representa una de las pocas ocasiones en que los ingleses sufren derrota por parte de España. Mil muertos y treinta buques destruidos. Pero esto ocurrió en 1625. Y si no es por el pincel de Zurbarán nueve años después apenas nadie hoy aún lo recuerda. Ese es el valor documental de la pintura.