El 8 de marzo de 2020, hace justamente un año, fallecía en Jerez una mujer excepcional, Pilar Plá Pechovierto, propietaria de la bodega El Maestro Sierra, reliquia secular fundada en 1830 al amparo de una próspera tonelería artesanal ajena a las clásicas familias vinateras de la ciudad. Pudo haber cambiado El Maestro Sierra de propiedad pero no ocurrió, porque en 1976 –mientras velaba Pilar a su esposo- hubo quién, en flagrante oportunismo, le ofreció comprar la bodega, sin respetar el duelo. Y todavía más: subestimándola por ser mujer. Que Pilar desconocía como llevar una bodega era cierto, pues hasta entonces solo había sido una buena esposa y madre, pero el coraje frente al atrevimiento y el respeto al celo durante décadas de su marido, el jerezano Antonio Borrego Casal, en la conservación para la familia de la bodega El Maestro Sierra, así como el afán por luchar frente a la adversidad, le impulsó a seguir. Y el pasado año, más de cuarenta después, se marchó dejando intacta -tal como la recibió- una de las más hermosas y tradicionales bodegas de Jerez, ahora en manos de su hija, la historiadora María del Carmen Borrego Plá. No se trata este 8 de marzo de recordar a Pilar Plá como una de las escasas bodegueras que ha tenido el marco del Jerez –mi recuerdo igualmente hacia Pilar Aranda Latorre y al ilustrado legado paterno que recibió-, sino de ahondar en la fuerza genética que han acompañado a mujeres como la fallecida propietaria de El Maestro Sierra a dar pasos trascendentes como el que la aupó a la cima del negocio en 1976. Y que había sido precedido de otro paso también importante, el apoyo a su hija María del Carmen en su formación hacia una vida académica, lo que convirtió a esta en la década de los 70 en docente de la Universidad de Sevilla y, al mismo tiempo, en una de las mayores expertas disciplinares en Historia de América. Nacida en la provincia de Teruel, Pilar Plá era hija de un guardia civil que inculcó entre sus vástagos el afán de superación a través del estudio. Y la ilustración. Unos hermanos alcanzaron la carrera de magisterio, otros hicieron de sus vidas espejo de las de aquellos, máxime cuando España atravesaba tiempos de dificultades marcados primero por la República y la Guerra Civil, después por las represalias, el impacto de la Segunda Guerra y el exilio. Ejemplo de este recorrido fue para Pilar Plá su hermana mayor, Palmira. Una de las grandes pedagogas españolas, soñadora socialista e impulsora de un modelo de educación al que abrazó en vísperas de la República. Que ejerció con coraje y libertad durante la Guerra Civil hasta su salida forzosa de España en 1939. Y del que se acompañó como compromiso ético durante el exilio en su tarea como enseñante. Primero en Francia, un país aterrorizado y ocupado en el que malvivió entre escondite y escondite sorteando a la Gestapo mientras la represión se cebaba sobre sus allegados. Y después en Venezuela, ya casada, en donde junto a su esposo Adolfo Jimeno Velilla fundó el Instituto-Escuela Calicanto, que adoptó el modelo educacional de la Institución Libre de Enseñanza. Fue en Maracay, capital del Estado de Aragua, en donde Palmira Plá pudo proseguir lo que con ahínco fue su lucha vital en favor de una educación igualitaria y en libertad. Durante años trabajó sin cobrar. Y cuando se asentó el Instituto-Escuela Calicanto, prestigiado ya como referente educacional en toda Venezuela, lo vendió regresando a España en 1974 convencida de que el país avanzaba sin vuelta atrás hacia la recuperación de la democracia. Reconocida por el nuevo socialismo que capitaneaba la joven dirección emergida de Suresnes, tres años después obtuvo el acta de diputada por Castellón en las Cortes Constituyentes, convirtiéndose en una de las 21 mujeres que aprobaron desde sus escaños en el Congreso la Carta Magna de 1978. Pero no acabó ahí su trayectoria, sino que tras su etapa como constituyente, o madre constitucional ya a ojos de la historia, prosiguió como enseñante e, incluso, ejerció como concejal de cultura en el Ayuntamiento de Benicasim, Castellón. Aunque quizás lo que más le honra fue su decisión de emplear de forma altruista los recursos que obtuvo tras la venta del Instituto-Escuela Calicanto, creando un fideicomiso que puso en manos de la Universidad Carlos III, entonces regida por Gregorio Peces-Barba, con objeto de ayudar a estudiantes venezolanos con deseos de formarse en España. Pues le movía el principio ético de devolverle de esta forma a Venezuela lo que de ese país recibió mientras duró su exilio. Unos galardones dirigidos a comunidades escolares, en una fundación que lleva su nombre, recuerdan cada año desde 2007, y hasta hoy, a Palmira Plá en la provincia de Teruel, siendo la heredera y continuadora intelectual de esa filantropía su sobrina, la historiadora y bodeguera María del Carmen Borrego Plá. Como es también desde 2020 heredera y continuadora de la tradición y la excelencia en vinos jerezanos que fundó su ancestro el maestro tonelero José Antonio Sierra y que da nombre a la bodega que hasta el pasado año era regentada por su madre, Pilar Plá. Desde una percepción sencilla de las cosas, nos encontramos ante dos sensibilidades en el empeño y el coraje como mujer que se juntan para fortuna de nuestra comunidad en estos tiempos tan necesitados de referencias. Lo que es plausible. Y que honran a dos hermanas constantes y laboriosas que, cada una a su manera, han marcado conducta en la historia reciente de nuestro país haciendo de sus vidas ejemplos de lucha. Y modernidad. Lo que debe quedar registrado en la memoria del presente para enseñanza de quienes nos siguen [Publicado el 7 de marzo de 2021 en Diario de Jerez].