[Rosa La Coronela]

Sobre Rosa La Coronela no se ponen de acuerdo quienes han contribuido a registrar, oral o por escrito, su leyenda. Unos dicen que nació en San Lorenzo de las Guitarras [hoy, Huehuetitlán]. Y otros, en Coatepec de las Bateas. Qué más da, entre sí no están muy lejos. Rosa nació el 8 de septiembre de 1875 en Capulhuac de Mirafuentes, un municipio al sur del Estado de México, próximo a los anteriores. Y del que es nativo igualmente el poeta Josué Mirlo [de nombre Genaro Robles Barrera, 1900-1968]. “He de decir de ti, nacer de auroras, /sonámbulas de noches en tropel, /que eres lluvia en sazón de mariposas /abierta en cabellera de mujer”. Fue La Coronela una brava mujer de la Revolución, de las que, sin contemplaciones y dejando atrás menos que más, se incorporaron a galope al Ejército de Emiliano Zapata, sombrero sujeto al cuello, máuser al hombro y carrilleras [cananas] cruzadas al pecho. Pero también, una de las pocas que llegaron a coronel, el más alto empleo alcanzado. En lo que sí coinciden quienes la recuerdan es que murió en 1957 [27 de mayo] en Cuernavaca, olvidada. Pese a que ya antes de alzarse con Zapata había empezado su propia revolución, combatiendo al terrateniente, al poderoso. Y siempre junto al campesino, al desposeído de su propia tierra. Hija de Jesús Bobadilla Pacheco y de Juana Albarrán González, Rosa casó casi niña con Severiano Casas, un comerciante de San Lorenzo Huhuetitlán, mucho más mayor que ella y que había participado en la Guerra de Reforma [1857-1861], con quién tuvo dos hijos varones. José María. Y Alfonso. Pronto enviudó del anciano, pero un mal día la ultrajó un hacendado, rasgando las vergüenzas de su luto. Dicen que se llamaba Agapito Alonso: lo buscó. Y lo mató con un revólver tipo S&W 44 de fabricación española. Iniciada la Revolución, Rosa Bobadilla, viuda de Casas –porque así se hacía llamar-, se unió con 50 jinetes a las fuerzas que mandaba el capitán Genovevo de la O [después general], siendo al poco tiempo nombrada por Zapata subteniente de Caballería [17-05.1911]. Desde entonces le ocurrieron muchas cosas: Perdió a sus dos hijos en combate el mismo año [1914], Alfonso mientras resistía a los invasores estadounidenses en Veracruz. Participó en 168 acciones armadas -algunas de ellas heroicas- tanto contra Huerta como contra Carranza. Y fue ascendida con honores al empleo de coronel [7.03.1915] por su audacia. Valor. Y entrega. Rosa La Coronela solo fue prendida una vez, librándose de su inminente fusilamiento al protagonizar una hábil fuga en dos tiempos. Ocurrió en un lugar próximo a El Oro, municipio minero en el límite del Estado de México con Michoacán. Donde cayó en una emboscada de las tropas del general carrancista Alejo González, quién –tras comprobar que se trataba de la zapatista que había acabado días antes con la vida de su jefe de Estado Mayor [coronel Rodríguez]- la mandó fusilar al amanecer. Pero en las horas previas logró escapar, ocultándose junto al cadáver de un caballo, en estado de descomposición y medio oculto entre el matorral. En su búsqueda, ningún soldado se acercó al lugar por el fuerte hedor que despedía. Y pasadas las horas, al ver que se había despejado el terreno, emprendió su segunda. Y definitiva fuga, alcanzando así a los suyos. Muerto vilmente Zapata [1919], asesinado Carranza [1920], la Revolución llegaba a su fin. Pese a ello la sangre siguió corriendo entre sus caudillos, Villa [1923]. Y Obregón [1928]. Hasta que sólo quedó Plutarco Elías Calles, fundador del PRI [1929], inicialmente Partido Nacional Revolucionario. La viuda de Casas se retiró a Atlacomulco, en nahualt lugar entre pozos de agua. Pero su inquietud social pronto la empujó a Cuernavaca, en donde se puso al frente de la lucha de las mujeres campesinas. Y regentó una casa comunal para viudas de la bola, de la Revolución. Rosa descansa en el panteón de Acapantzingo, en nahualt sobre la falda del carrizal. Dentro del municipio de Cuernavaca, no muy lejos de la tierra que la vio nacer. Y que comparte con Mirlo, casual cantor de esta despedida: “Me voy de aquí, sonoro de paisajes /y pinto de luceros, Capulhuac. /¡Cuantos suspiros se van de viaje /como góndolas blancas sobre el mar! “. 

 

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