[Gérmenes ignotos]

Amado Nervo fue un destacado poeta modernista mexicano que falleció joven en Montevideo [1919]. Y que nos ha legado hermosos versos: “El día que me quieras, los sotos escondidos/ resonarán arpegios jamás oídos”. Escuelas, calles y plazas de todo México reciben su nombre, pero también una comunidad indígena de campesinos [ejido] asentada hace 29 años en la margen derecha del río Acula, una de las muchas corrientes que desembocan en la albufera de Alvarado, en lo que llaman Llanuras del Sotavento. Veracruz de Ignacio de la Llave. “Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras/ que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras”. No es común que un poeta de nombre a un ejido, como ocurre con Nervo, amigo de Rubén Darío y diplomático como él. Lo habitual es asociarlo a la Revolución, a la reforma agraria. Es mediodía. Y el sol pega fuerte en el cauce del Acula, a la altura del embarcadero ejidal. En estas mansas aguas se crían camarones. Jaibas [cangrejo azul]. Y tilapias, un pez importado al que todos llaman mojarra. Abundan los manglares, rojos, blancos. Que se alternan con la palma real, la palma de coco. Constantino Marcial Ventura es la voz de mayor respeto en Amado Nervo, “el ejido que nunca se deja engañar”, sentencia. De hecho, las 71 familias indígenas que componen a día de hoy esta comunidad no son oriundas de aquí. Proceden de San Lucas Ojitlán, Oaxaca [cinco horas por carretera], de donde fueron desalojados por la construcción de una presa [Cerro de Oro] que cubrió de agua y de cemento para siempre sus tierras. Que eran también las de sus ancestros. “Nos botaron como animales”, vuelve a sentenciar. Estos indígenas llevan tres décadas luchando, resistiendo. Antes contra la presa. Después, contra los lugareños que se sintieron invadidos. Y ahora, contra la mentira, las falsas promesas, la ruin burocracia. “Al reventar el alba del día que me quieras, / tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras…”. Pero ahí están. Si antes eran agricultores, ahora son pescadores. Y si antes cultivaban fundamentalmente maíz y frijol, ahora lo comparten con la caña. O lo intentan con la acuicultura [almejas, mojarras]. Son supervivientes, pero les roban los alevines. O lo peor: mueren por negligencia administrativa. Pues la red eléctrica es letal cuando los estanques sufren apagones. Que son constantes. Rapiña, desidia. Por eso no creen en las ayudas públicas. Ni en los políticos ni en sus promesas. Y por eso permanecen resistentes, desconfiados. En Oaxaca eran hábiles apicultores, campesinos que lograban excelentes cosechas de jalapeños [chile]. Pero el viento del norte es tan letal como los apagones. Mata, quema. Y lo que allí era un medio para vivir, acá es un fracaso. Hasta que descubrieron la caña de azúcar. “Tenemos caña, pero hay gente que vive mejor con nuestra caña”, tercera sentencia. “…y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, / florecerán las místicas corolas de los lotos”. En el ejido Amado Nervo hay una escuela de primaria que paga el Gobierno. Un solo maestro que reside aquí de lunes a viernes. Y 18 escolares, algunos ya con celulares [teléfonos móviles], pulcramente uniformados por cada familia. Blusa o camisa blanca. Falda escocesa, pantalón azul. Es el mayor lujo que se permiten estos indígenas, de los cuales algunos ya han brincado la frontera. Y otros también han saltado, pero de orilla en orilla, formando familia con autóctonos del río Acula. Cuando construyeron el poblado [43 viviendas], se trajeron de Oaxaca la madera. Y los tallos de los árboles frutales. Hoy son 84 hombres, 79 mujeres, con una media de tres hijos por matrimonio. Solo el 6% es analfabeto. Y poco más de la mitad alterna el castellano con su lengua de origen. Todas las casas tienen excusados, también televisor. El 70% posee refrigerador. Y el 36%, lavadora. Nada más que el 3% tiene computadora. “Cada brisa un cantar, cada árbol una lira, cada monte un altar”, exhorta el poeta. Mientras, Constantino se despide desde el embarcadero. Ha sido una visita fugaz, pero expresiva. Las aguas permanecen mansas, el sol abrasa. El poeta es la bandera. Y la bandera, la resistencia. El ejido que nunca se deja engañar. Mangos. Limones. Y cocos.

 

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