Aquel Ecce-Homo

En el número 17 de la madrileña calle de Castelló residió en la posguerra el primer alcalde republicano de Cádiz, Emilio de Sola Ramos, lerrouxista  [Cádiz, 1883-Madrid, 1955]. Había sido también diputado constituyente por aquella provincia, pero en mayo de 1934, ya en periodo colaboracionista de Lerroux con la CEDA, su amigo Rafael Salazar Alonso, abogado como él y a la sazón ministro de Gobernación, le nombró gobernador civil de Navarra, cargo en el que permaneció hasta diciembre de 1935. De Sola sobrevivió a la guerra civil, lo contrario que su amigo Salazar Alonso, ejecutado el 23 de septiembre de 1936 en Madrid por un piquete de milicianos de la FAI acusado de haber estado implicado en la sublevación del 18 de julio. Lo que resultó falso, como más tarde confirmaría el socialista Indalecio Prieto. Pero así mataban impunemente otros durante la Guerra civil, amparándose en el veredicto de los tribunales especiales. Que resolvían sobre la marcha. O, en su lugar, mediante decisión salvaje e irracional, sin ningún tipo de garantías legales. Recuérdese el asesinato de Melquiades Álvarez, mentor de Azaña. Y de miles de inocentes más. Mal lo pasó De Sola en Madrid durante la guerra. Porque esos mismos milicianos que acabaron con Salazar fueron los que le encarcelaron en una prisión de la calle Duque de Sesto [antiguo convento] tras haber sido delatado (bajo acusación de contrarrevolucionario) por un periodista vinculado a Acción Nacionalista Vasca [Ángel Astiz Aranguren, Pamplona, 1912-México DF, 2007], aunque pudo salvar la vida. El político lerrouxista era poseedor de una de las colecciones de arte más importantes de Andalucía, probablemente la última del Cádiz mercantil e ilustrado que surgió al amparo de la Carrera de Indias. De Sola había heredado la colección de su padre, el médico José de Sola y Sola, comprador y coleccionista. Pero a su vez depositario de dos legados de sus antepasados, el de José María Melgarejo y Sánchez de Madrid, III marqués de Casa Madrid -casado con Josefa de Sola y del Castillo, sin descendencia- y la del hermano de esta, y heredero, Luis de Sola y del Castillo, casado con Teresa Gargollo y Corte, hija del opulento banquero Luis Gargollo y Munar, cántabro de Meruelo afincado en Cádiz, representante en esta ciudad de las minas de plata del Potosí y también coleccionista. Emilio de Sola fue uno de los precursores de la II República en Cádiz, cuyos principios alentó tras el Pacto de San Sebastián desde su militancia lerrouxista y mediante el periódico radical Libertad, que dirigió en la ciudad.

aaaaaaaa23El 14 de abril de 1931, en las paredes del domicilio familiar de Emilio en el número 11 de la gaditana calle Adolfo de Castro -un piso de alquiler- colgaban un San Diego de Alcalá de Zurbarán, una Sagrada Familia de la escuela lombarda del XVI, San Félix de Cantalicio y el Niño Jesús de Murillo, un San Andrés atribuido por Madrazo a Tintoretto, un Descendimiento de Maerten de Vos, algunas planchas de cobre de Rubens, una colección de héroes de la Guerra de la Independencia de diferentes autores –El Panadero y Fernández Cruzado, entre ellos- y dos desnudos bíblicos de Esquivel. Así hasta cuarenta piezas pictóricas, una colección de muebles y objetos de época y un Ecce-Homo de Alonso Cano, que presidió siempre los oratorios de cuantas casas habitó. Pues su esposa Milagros Ruiz García, hermana del fundador del ya desaparecido horno gaditano de La Gloria, era mujer de profundas convicciones cristianas. Acabada la guerra civil, Emilio de Sola quedó en tierra de nadie. Permaneció brevemente preso, salvando de nuevo su vida, pero no fue considerado ni por los vencedores. Ni por los vencidos. Sobrevivió poco más de quince años a la victoria de Franco. Y tuvo que hacer uso de todo lo que tenía a su alcance para comer tanto él como su esposa -su única hija Manuela residía casada en Cádiz-, para lo cual se fue deshaciendo paulatinamente de la colección heredada de sus antepasados. Ya había iniciado este cometido tras su traslado a Madrid en 1932, vendiéndole al Museo del Prado el zurbarán de su colección. Que fue adquirido con fondos del legado del III conde de Cartagena de Indias. Y haciendo lo mismo con los dos cuadros de Esquivel, que pasaron a formar parte de la colección permanente del Bellas Artes de Sevilla, intermediando para ello los anticuarios de la madrileña calle del Prado, Luis y Félix Siravegne. Yo he visto algunas obras dispersas de esta gran colección que heredó Emilio de Sola de su padre, entre ellos los dos cuadros de Esquivel, que representan a José y la mujer de Putifar y a La casta Susana, pintados entre 1853 y 1854. Pero hay otras que nunca veré porque pasaron sin hacer ruido a coleccionistas anónimos que celosamente las custodian en sus domicilios privados, aunque en 2021 tuve conocimiento por su propietario de la existencia en Alicante un San Pablo de Legot [Legote, Pablo]. También de forma excepcional he contemplado el San Diego de Alcalá que un día salió de la calle Adolfo de Castro en dirección al Prado y que este museo lo mantiene inventariado como fondo de almacén, por lo que apenas se expone. Fue en 2015, cuando viajó a su origen en una exposición itinerante que organizó La Caixa en Cádiz. Y sobre el que nadie advirtió en el catálogo o en la prensa local que formó parte en su día de una de las colecciones más importantes de la ciudad. Este zurbarán gaditano lo adquirió José de Sola y Sola, padre de Emilio, en 1905, probablemente tras pasar antes por manos de otros coleccionistas, el primero de los cuales lo debió de comprar al Estado después de 1836 como obra artística desamortizada. Pues se cree que fue pitando en Madrid a mediados del XVII para el ático de un retablo de un convento que bajo la advocación de San Diego existió en Alcalá de Henares.

En diciembre de 2012, la madrileña Sala Retiro puso en competencia a Luis de Morales El Divino y a Murillo en el curso de una de sus subastas. La obra de Morales era Virgen del Sombrero con niño, saldada con 550.000 euros. Y la de Murillo, San Félix de Cantalicio y el Niño Jesús, que se quedó en 400.000 euros, pero sin adjudicar. Este San Félix de Cantalicio era el mismo que perteneció a De Sola. Y que en el siglo XIX fue propiedad de su antepasado el marqués de Casa Madrid. Es la noticia más reciente que se tiene de una obra de aquella impresionante colección que residió en Cádiz hasta 1932. Y después en la calle Castelló, diezmada ya por las necesidades. La última pieza que se mantuvo por largo tiempo a salvo de los anticuarios depredadores de la posguerra fue la media talla del Ecce-Homo de Alonso Cano. Con la cabeza reclinada hacia la izquierda, se trataba de una obra que desde siglos atrás había recorrido varias casas de familias gaditanas, entre ellas la del matrimonio compuesto por el cirujano y diputado provincial José Fernández Macías y su esposa Dolores Tejero y Aranda. Fue esta última quién, tras el fallecimiento de su marido, se la vendió en 1903 a José de Sola y Sola, que se encaprichó de ella tras verla por primera vez en 1879 con ocasión de una exposición regional que se celebró en Cádiz. Milagros Ruiz García, la esposa de Emilio de Sola, había levantado un pequeño oratorio en su domicilio con esta media talla, protegida por una campana de cristal sobre un  pequeño altar frente al cual se situaban dos reclinatorios. De Sola no era un hombre religioso, cosa habitual entre los republicanos radicales de la época, pero si respetuoso con la practica de otros, entre ellos su esposa. Cuando en mayo de 1931 la turba saqueó e incendió iglesias y conventos de la ciudad se enfrentó a la barbarie que asaltaba Santo Domingo. Lo mismo que hizo su teniente de alcalde Santiago Rodríguez-Piñero Jiménez -también radical- cuando se intentaba algo parecido con San Francisco. Con el dolor de la necesidad, se desprendió del Ecce-Homo de Alonso Cano por sólo 24.000 pesetas, que pasó a manos de una familia apellidada Moll. Sin que se sepa quién custodia ahora la obra. Y que uso se le ha dado. Con los fondos obtenidos de las ventas viajaba de vez en cuando junto a su esposa a Cádiz para visitar a su hija, el marido de esta y su nieto, alojándose la mayoría de las ocasiones en el viejo Hotel Loreto, de la calle Buenos Aires. Entonces propiedad de su amigo Mariano González. Y hoy ya inexistente. El 2 de julio de 1955 Emilio expiraba en Madrid, cristianamente. Como no podía ser de otra forma. Al igual que seis años antes había ocurrido con su jefe Lerroux -desde 1947 en España-, “en el seno de la Iglesia Católica y confortado en sus auxilios espirituales”, según la noticia publicada por el diario Abc al día siguiente. Milagros le sobreviviría diez años, falleciendo en 1965 en el número 19 de la plaza de las Viudas de Cádiz. Muy cerca de la casa en la que nació Salvochea. En el lecho le acompañaba una fotografía de aquel Ecce-Homo.

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