Mata-Hari

César González Ruano y Federico García Lorca nunca se llamaron de tú. Y un día de 1929, coincidiendo ambos con un grupo de amigos, el poeta propuso ir a casa de un conocido suyo para escuchar unas canciones al piano. Ruano se excusó, pero Lorca lo tomó como una afrenta y le dijo: “Será porque usted tendrá citada a una de esas Mata-Hari que meriendan bocadillos de jamón”. A lo que el periodista respondió: “¡Hombre, Federico!… ¡Es que usted sólo conoce marineros que meriendan nardos!” Quince años después, Ruano escribiría su vida secreta de Mata-Hari, la exótica bailarina holandesa condenada a muerte y ejecutada en Francia por espionaje en favor de Alemania durante la Primera Guerra. Leo estos días la obra de Ruano en una exquisita edición de este libro, al cuidado de mi querida Catalina Luca de Tena, que fue puesta a la venta en 2005 por la editorial que lleva el nombre de la familia fundadora de Abc. Y que ya no existe. La penuria ha golpeado de lleno al mundo editorial, pero confío en que renacerán nuevas factorías literarias en el futuro que puedan devolvernos excelentes testimonios como los de Ruano y tantos otros grandes periodistas que despertaron su creatividad al calor de las redacciones de los diarios de la época. Como Chaves Nogales, tan audaz reportero de El Heraldo como excelente escritor. Cavia, que llegó a poner en vilo a la culta sociedad madrileña por un artículo ficticio sobre la destrucción por incendio del Museo del Prado, entonces en pésimas condiciones, O Carmen de Burgos, la genial Colombine, autora de Puñal de claveles, obra en la que se inspiró Lorca para crear Bodas de Sangre. Paso estos días otoñales en Cádiz, refugio de marineros. Y que en esta estación huele a nardos, cuyas varas los devotos de la ciudad tienen por costumbre depositar como ofrenda a su patrona, la Virgen del Rosario, cada 7 de octubre. He elegido hoy para mi lectura espaciada un mirador de aves junto a la bahía, próximo a lo que llaman aquí Río Arillo, que no es otro que un caño mareal que separa las dos islas de San Fernando con la de Cádiz, las Gadeiras mitológicas. Y que reciben por nombre Kotynoussa, Antípolis y Erytheia. Cádiz recupera su calidez en otoño, cuando ya se han marchado los veraneantes. Para retornar a su estado natural, ya más cercano. Ingenioso. Y siempre alegre. Junto al laberinto que conforman los esteros, marismas y lagunas de la salina Dolores sobrevuelan cigüeñuelas y correlimos, descansan colonias de flamencos rosas y se desplazan rápidos hacia sus escondrijos cangrejos violinistas que advierten a distancia el paso del hombre. Todo es silencio, sólo roto por el tráfico rodado de la autovía a San Fernando. Y el estruendo de los disparos de cañón que un grupo de artilleros de un polígono experimental del Ejército ensayan frente a la costa. Hace unos días acudí en Madrid a la presentación del último libro de poemas de José Ramón Ripoll. Piedra Rota, es el título de la obra. Gaditano como yo, Ripoll desarrolla su obra al otro lado de la autovía, en un paisaje de mar abierto, oleajes, dunas y piedras. Que marida con este otro de la bahía, de aguas quietas, aves zancudas, brezas, brozas y sapinas. La poesía de Ripoll lastra la proximidad de la playa. Y si en este otro lado el cangrejo violinista es solitario cuando muda su caparazón, allí el escarabajo también es solitario y traza un sendero. Pacientemente escribe y su presencia/ es escritura sobre arena/ que borra y borra el viento,/ el esbozo de un camino sin rumbo/ o alrededor de ti, piedra enterrada, /para significar sin relevarte.

MATAHARIDesde el mirador de aves de la vieja salina de Dolores observo el Arsenal de la Carraca, desde el que otrora zarparon flotas de guerra hacia batallas de desigual corolario. El perfil marítimo de Puerto Real. Y también el puente levadizo que une la ciudad de Cádiz con la península del Trocadero, entre torres térmicas y enormes grúas. La paz y la guerra han cohabitado desde tiempos remotos junto a estas marismas. Y en las aguas de la bahía fondearon escuadras de todas las banderas para reponer provisiones. Y permitir a sus tripulaciones horas de asueto en tierra. También por este litoral navegaron los ejércitos coloniales del Reino Unido y Holanda en busca del Canal de Suez tras su apertura en 1869. Para rendir después viaje en las Indias orientales, matriz entonces de sus territorios ultramarinos. Mata-Hari, de nombre Margarita Gertrudis Zelle, había nacido en Leeuwarden, Paises Bajos, el 7 de agosto de 1876. Era hija de un comerciante local de sombreros que, al quebrar su negocio, se instaló en Amsterdan. Viudo de la madre de Margarita, al año se casó con su amante, perdiendo la custodia de sus cuatro hijos. Familiarmente llamada Gretha, la joven Zelle encuentra en el periódico Het Niews van den Dag (Noticias del día) de Amsterdam el siguiente anuncio: “Capitán de Indias, pasando su permiso en Holanda, busca mujer de su conveniencia, preferiblemente con alguna fortuna. Cartas…”. Margarita se decide a escribir. Y acepta una cita. Se trata del capitán holandés Rodolfo MacLeod, perteneciente a una familia de origen escocés con árbol genealógico probado desde el siglo II, cuyo primer ascendente fue Olaf el Negrero, rey de la isla de Man. Tras cuatro meses de correspondencia, la relación avanza. Y el capitán, elegante y educado pero sin recursos, y su amada, con humilde dote, se unen en matrimonio, ella con dos faltas de embarazo. El 1 de mayo de 1897 el matrimonio y el infante, de nombre Norman, embarcan en el SS Prinses Amalia junto a un contingente de tropas coloniales holandesas con destino al puerto de Tanjung Priok, en Batavia, después Yakarta. En la travesía, el buque fondea apenas unas horas en aguas gaditanas para abastecerse de alimentos frescos. Unos días después haría lo mismo en Port Said. Nadie ha descrito esas escalas porque Margarita es solo la mujer de un oficial holandés, anónima para cualquiera en ese momento. Tal vez Cádiz fue el final de un tiempo. Quizás de ilusión, quién sabe. Como Madrid fue después el final de otro. Ya cerca de la tragedia, el peor destino. En Indonesia, los MacLeod pierden a Norman envenenado por un sirviente vengativo, vuelven a ser padres de una niña, el militar se ausenta, Margarita comete adulterio y el matrimonio fracasa entrando en tormentosa hostilidad. Entonces decide regresar en solitario a Holanda. Pero un nuevo anuncio del capitán en los periódicos de Amsterdam le persigue: “Se ruega no conceder ningún crédito ni suma, ni mercancía, a Mrs. MacLeod, nacida Zelle, y el que suscribe declara no contraer ninguna responsabilidad”. Gretha, endeudada, rechazada y casi en la indigencia, conoce nuevos amantes, se aloja en una casa de rendez-vous y huye a Paris para afrontar una nueva vida. Como es una mujer con recursos, no sólo remonta sino que levanta pasiones. De esta manera la retrató el escritor Louis Dumur cuando la vio por primera vez en la capital francesa: “Alta, esbelta, yergue en su cuello maravilloso, mórbido y ambarino, un rostro fascinante, de óvalos perfectos, en el cual resalta cierta expresión sibilina y tentadora. La boca, dibujada con vigor, forma una línea móvil, desdeñosa, muy carnal, bajo una nariz recta, fina, cuyas alas palpitan sobre los dos hoyuelos de sombra de la comisura de los labios. Su mirada es enigmática y se pierde en el vacío”. Había nacido Mata-Hari.

El viento sopla leve en los esteros gaditanos procedente de mar adentro. Que es donde se encuentra sumergida la Atlántida. Como dicta Ripoll, “este viento lejano trae un olor antiguo, cierto aroma de sangre coagulada en el tiempo, la fragancia de un nardo ofrecido a los dioses, el perfume de un cuerpo cuando busca el amor”. Los flamencos rosas levantan vuelo conformando escuadra tras estirar sus cuellos y apéndices como hermosas saetas que emergen del mar hacia el espacio aéreo. La pleamar va cubriendo lentamente el cieno sin alterar el laberinto. Y los cangrejos violinistas desaparecen con la marea tras elevar por última vez sus quelas. Mientras al otro lado, los escarabajos siguen trazando escritura sobre la arena. Los egipcios adoptaron al escarabajo como ser sagrado porque representaba el poder divino. Y quién portaba su amuleto no sólo se sentía protegido sino que se aseguraba la vida eterna en el más allá. El SS Prinses Amalia hizo escala en esta bahía llevando a bordo a una joven holandesa destinada a un mundo colonial exótico. Y la devolvió a Europa por este mismo litoral otro barco, ya exótica, atrevida y mentirosa, llena de inesperadas seducciones y provista de una extraordinaria belleza mágica, palabras estas últimas de Dumur. Debido a los conocimientos de danza adquiridos en la isla de Java se hace pasar por una princesa oriental y empieza a abarrotar los cabarets parisinos con actuaciones cuasi desnudas que justifica como manera sagrada de interpretar la danza. Frecuenta los mejores salones sociales y es disputada por príncipes, aristócratas, millonarios, diplomáticos y militares que lucen brillantes medallas. El mito irreal de su origen y el mundo snob y de lujo en el que se desenvolvía sin pesarle su pasado burgués le fueron llevando al fatal destino. Porque los mismos que la encumbraron fueron los que la llevaron ante el pelotón de fusilamiento. Enamorada de un joven oficial ruso diecisiete años más joven que ella parece que la convenció para espiar al embajador alemán en Madrid con réditos para Francia. Pero los alemanes le tendieron una trampa al contraespionaje francés haciéndole creer que trabajaba para los servicios secretos del Káiser. Francia la acusó de haber provocado miles de muertos con sus confidencias como doble agente, pero la realidad es que en ella encontraron un chivo expiatorio con el que disimular las numerosas ejecuciones que se producían en el frente con soldados de este país que horrorizados por tanta muerte en las trincheras desertaban a discreción por los campos de batalla. Ruano destruye en su obra el relato del diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, esposo de la cupletista y actriz española Raquel Meller, en el que se autoerige como la persona que entregó a Francia a la doble espía. Y también otras versiones que aseguraban que fue la propia Meller quién la denunció celosa de la pasión que por ella mostraba el propio Gómez Carrillo. Mata-Hari se instala en Madrid, su último viaje. Comparte indistintamente habitaciones en los hoteles Ritz y Palace. Pero le seguían los pasos. Ingenua quizás, intentó ganarse la confianza indistintamente de los ministros y agregados de Alemania y Francia, países en guerra en la neutral España. Era una mujer marcada. Y a su regreso a Paris la arrestaron. En las condiciones legales del siglo XXI, el caso de Mata-Hari se hubiera rápidamente desinflado. Porque en su causa venció más el mito que la realidad. Los antimilitaristas hicieron de ella bandera. Dicen que hasta el último momento creyó que su fusilamiento era un simulacro. Antes de morir repartió bombones entre los doce miembros del pelotón, la mayoría de los cuales fallaron el tiro. Y, como narra Ruano, al caer ante las balas, fue la primera vez que se arrodilló ante un hombre. Doble es el mundo y su paisaje, / doble la realidad que vibra ahora, / aquí y allá/ bajo la infame trampa del recuerdo/ y la aparente sucesión del tiempo… (José Ramón Ripoll).

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