Tierras cruzadas

Con el paso del tiempo la nueva estación de Santiago Calatrava en el barrio de los Guillemins de Lieja será tan recordada como la catedral de Colonia. Impresionante, como todo lo que proyecta este magnífico arquitecto (e ingeniero) valenciano de inconfundible sello. Recorro estos días tierras cruzadas de Bélgica, Holanda y Alemania. Cuando el autobús que une la estación alemana de Herzogenrath con la holandesa de Landgraaf enfila la carretera, el paisaje va cambiando lentamente, pero sin alterar el colorido en verde de sus campos, brezales y bosques. Las placas de los automóviles ya no son blancas sino amarillas. Y las flores cultivadas de cada jardín se van sucediendo en línea a falta de tulipanes. Que son adelantados de la primavera. Y que con ella se marchan para regresar cada año cuando aún perduran los fríos. Un cómodo tren regional holandés me ha conducido a Maastricht sorteando contínuos pasos a nivel con barreras ante los que se detienen respetables parroquianos en bicicletas alertados por la insistente campana. Y después un pequeño ferrobús belga me acerca a la ciudad de Lieja. Calatrava tiene repartidas grandes obras en todo el mundo. Desde el puente de la Mujer, en Buenos Aires, al Museo de Arte de Milwaukee, en Wisconsin, pasando por la Ciudad de la Artes y las Ciencias, en Valencia, o el Turning Torso, en la ciudad sueca de Malmoe, entre otras muchas. La estación de Lieja fue inaugurada en 2009. Y sus accesos permanecen aún en obras. Está construida en acero, vidrio y hormigón bajo un domo (o cúpula) de 200 metros de largo por 35 de alto. Y permite el paso directo a la ciudad desde sus andenes a través de escaleras mecánicas. La obra de Calatrava impacta sobre la desgastada Lieja cromándole modernidad. Y dotándole de un nuevo símbolo de identidad. Lieja es tierra valona. Gobernada durante siglos por príncipes eclesiásticos, en suma obispos, dista 25 kilómetros de Maastricht y 40 kilómetros de Aachen, también Aquisgrán o Aix-la-Chapelle. Que es la ciudad donde yace Carlomagno, primogénito de Pipino el Breve y rey de los francos. También emperador de Occidente. En las calles de Lieja hay huella del pasado colonial de Bélgica en África. La francofonía ha arrastrado igualmente a una importante colonia migratoria de magrebíes. El río Mosa atraviesa Lieja, con una deriva artificial a la que se suman tres canales. Y es tan navegable como el Rin, con el que forma delta cuando desemboca en el mar del Norte. Este río también cruza Maastricht. Y fue frontera occidental del Sacro Imperio Romano Germánico. En la primera estrofa del viejo himno alemán se le cita como límite del inmenso poder territorial que llegó a tener la nación gobernadas por los káiseres. Desde el Mosa hasta el Niemen,/ desde el Adigio hasta el Belt. Pero hoy los alemanes solo reconocen en sus solemnidades nacionales la tercera estrofa de la composición escrita en 1841 por August Heinrich Hoffmann sobre un libreto musical de Haydn. Unidad, justicia y libertad para la patria alemana./ Persigámoslo todos fraternalmente con el corazón y la mano. Las gabarras maniobran en los meandros del río a su paso por el puente de los Arcos en Lieja. Mientras que las que cruzan el de San Gervasio en Maastricht navegan silenciosas bajo piedras centenarias ajenas al paso de quienes transitan a pie desde el barrio Wyck. Gaviotas en bandada sobrevuelan el Mosa. Mientras otras posan en solitario, y silentes, en torres y campanarios.

KALATRVAEn el Parque D’Avroy de Lieja cohabitan esculturas mitológicas de bronce con viejos cedros del Líbano, cipreses de los pantanos, hayas llorona, avellanos de Bizancio y un conjunto alineado de plátanos. Un recuerdo en piedra labrada rinde homenaje a los 17.000 belgas que murieron en la resistencia durante el régimen nazi. En la plaza del Mercado se ha adelantado la caída de la hoja. Y en la Taverne des Guillemins, en las proximidades de la Estación central, suena una sinfonola. Maastricht es una coqueta, e histórica, ciudad holandesa que destila elegancia. Y buen gusto. En sus fruterías más selectas se muestran pequeñas cajas ordenadas que contienen grosellas. Zarzamoras. Arándanos. Cerezas. Fresas. Y frambuesas. Durante el medievo los bosques pertenecían a los señores feudales. Y las frutillas del bosque que allí crecían silvestres eran recolectadas por los campesinos previo tributo. En esta parte de Europa son empleadas para elaborar mermeladas caseras. Y para confitar las salsas que suelen acompañar dulces, bizcochos y hojaldres. Maastricht fue sitiada veinte veces a lo largo de la historia, pero sólo sucumbió a cinco. Fue saqueada e incendiada por el tercio que comandaba Alejandro Farnesio. Permaneciendo bajo dominio español durante 54 años. Tomada al asalto por la primera compañía de mosqueteros del Rey de Francia que capitaneaba Charles de Batz-Castelmore, conde D’Artagnan. Que murió en el sitio. Y agregada a la Primera República francesa por las tropas de Napoleón. Hasta que en 1815 se incorporó a los Paises Bajos. De calles empedradas, tejados a dos aguas sobre vistosas casas y singulares edificios civiles y religiosos, Maastricht fue en 1944 la primera ciudad de Holanda liberada por los aliados. Y dió nombre al tratado que en 1992 se firmó para constituir la Unión Europea. Carlomagno perdió a Rolando (u Orlando) en Roncesvalles cuando musulmanes apoyados por vascones atacaron la retaguardia de su ejército para liberar a Sulayman Ben el Arabi, wali de Zaragoza. La leyenda emparenta a Roldán con Carlomagno en el grado de sobrino, pero en realidad solo era el prefecto de la Marca Bretona. Un Orlando innamorato inspiró a Boiardo. Y un Orlando furioso a Ludovico Ariosto. De ambos Orlando escribió su fantasía novelada Virginia Woolf, que hizo caso omiso a los tiempos prohibidos. Y recreó en literatura sus amor lesbio con la honorable señora Nicolson. De nombre Victoria Mary Sackville-West, poetisa y novelista inglesa fallecida en 1962. La iglesia gótica de los dominicos de Maastricht, con más de ochocientos años y desacralizada a finales del siglo XVIII, alberga hoy una de las librerías más atractivas del mundo. No sólo por sus volúmenes -25.000 a la vista del cliente- sino por su emplazamiento y arquitectura interior mediante estantes de madera de tres alturas a modo de galerías. Dominikanerkerk es de 2006 la Librería Selexyz. Conserva un fresco del siglo XIV con pasajes de la vida de Tomás de Aquino. Y pinturas del XVI en sus bóvedas de otros santos de la Orden de Predicadores. The Guardian la incluyó hace cinco años entre las librerías más hermosas del planeta, situándola en cabeza junto a la del Ateneo Grand Splendid, en Buenos Aires, y a la de Lello&Irmão, en Oporto.

Como es sábado, las parejas de recién casados de Aachen acuden al Farwick Park a posar ante el fotógrafo para registrar el comienzo de su nueva vida en común. Fleischmann es un fantástico establecimiento de juguetes a escala en cuyas vitrinas se exhiben miles de trenes eléctricos, vehículos en miniatura y maquetas de aviones de todo tipo. También muestra una impresionante colección de soldaditos de plomo. Reconozco en ella locomotoras que ya no existen. Y contemplo un viejo camión de bomberos que me recuerda al que sofocaba los incendios, y achicaba los aljibes, durante mi infancia en la ciudad en que nací. El PTA-1. Y a otro que forma parte -ya como pieza de museo- del parque de bombas de Ponce, en la isla de Puerto Rico. En Aachen tiene calle el papa Wojtyla, pero es más importante la del apóstol Santiago. Junto a la catedral, los hornos Nobis, maestros panaderos desde 1858, despachan un dulce tradicional de jengibre en forma de galleta llamado Aarchener Printen, hecho a base de masa prensada de harina de calidad de la región de Eifel. Y al que añaden, bajo fórmula secreta, ingredientes medidos de canela, anís, clavo, cilantro, pimienta de Jamaica y ralladura de cortezas de naranja y limón. La taberna Zum Postwagen reclama a los consumidores de cervezas con la silueta de una vieja diligencia en la que, a lomos de uno de sus caballos, cabalga un postillón a toque de corneta. Suenan violines junto al Dom. Y frente al Rathaus, una estatua en bronce de Carlomagno coronado con atributos del Imperio y la Cristiandad -globo y cetro- se erige sobre una fuente de la que brota agua cristalina. En el sarcófago de Perséfones, que se ubica en la catedral de Aachen, fue enterrado Carlomagno tras su muerte hasta que en 1225 sus restos pasaron al karlesrein de plata que se ubica en el coro gótico de este templo. El sepulcro de Perséfones, llamado así por los bajorrelieves labrados que aluden a su rapto por Plutón, data del siglo II. Y es obra romana. Aachen fue siempre un cruce de culturas, pero Carlomagno la convirtió en una santuario de consagración europea. Entre los muros de su palatinado fueron coronados 31 miembros de la realeza alemana. Y aquí John Montagu, IV conde de Sandwich, inventó el emparedado que lleva de nombre su título. Cuentan que, con motivo de la paz de Aquisgrán que puso fin a la guerra de sucesión austriaca, el conde Montagu, a la sazón primer lord del Almirantazgo inglés, se encontraba en la ciudad representando a su país en las negociaciones. Era tan aficionado a los juegos de naipes que se le pasaban las horas de las comidas sin probar bocado alguno. Entonces sus criados se ingeniaron tal refrigerio, o tentempié, para que pudiera recuperar fuerzas entre partida y partida, con la particularidad de que el alimento elegido -carnes frías o fiambres-iba inserto entre rebanadas de pan para que el conde no se manchara las manos. Un ICE de alta velocidad me traslada a Colonia dejando atrás estas tierras cruzadas. Y sus innumerables leyendas. E historias. Unas escritas. Y otras teatralizadas como óperas. El Rin surca majestuoso atravesando la ciudad a espaldas de su catedral. El Cantar de los Nibelungos revela que 144 carretas cargadas de oro fueron lanzadas al río. Y desde entonces reposan en su lecho. Nadie las ha encontrado aún.

(Fotografía de Gastón Batistini)

 

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