Zoco chico

Los vientos acostumbran a penetrar en la medina de Tánger sin pedir permiso. Y serpentean por su laberinto de callejuelas refrescando el caserío, si es el sarki, o descargando desafiantes golpes de calor sobre azoteas, paredes y tabiques de cal blanca, si es el garbi. Hoy en la perla del Estrecho sopla el sarki. Con rachas que no perdonan sobre los veladores de la plaza de Francia, en donde se encuentra el Café de Paris. Pero contenido cuando alcanza el Zoco chico, emblemática plazoleta de la medina a cuyos cafés -unas veces el Central, otras el Tingis, también el Menara– acudían, entre amores y literatura, Williams Borroughs y Allen Ginsberg.  En la balconada del viejo Hotel Fuentes, hoy pensión, asoman alineados sus huéspedes frente a un café con leche. O un té a la yerbabuena. Son por lo general hombres de edad mediana, aunque también jóvenes. Que encuentran allí una atalaya de distracción al atardecer cuando rezuma el bullicio. Es gente humilde. Y trabajadora, en suma. Que acumula con rostros pacientes el cansancio de la peonada. Y la nostalgia que en lejanía sienten de los suyos. En los alrededores del Zoco chico se encuentra la Gran Mezquita, otrora templo romano. Y ya en tiempos de dominación portuguesa, catedral cristiana bajo la advocación del Espíritu Santo. La Gran Mezquita mira a la Iglesia de la Misión Española –La Purísima-, hoy desacralizada pero ocupada desde hace veintiún años por las Hermanas de Teresa de Caculta. Que la han convertido en una guardería abarrotada de globos, y bajo un retrato del amir el munimin Mohamed VI y el papa Wojtyla, a la que acuden hijos de familias de extrema pobreza permitiendo así que cada madre pueda laborar durante las horas del día para llevar algo de dinero añadido a casa. Cristianos y musulmanes cohabitaron en el Zoco chico durante siglos, pero también judíos. Muy cerca de este enclave está la calle de la Sinagoga. Y, tras tornar por un callejón ciego (y semiescondido), permanece cerrado al culto el viejo templo judío. Pero intacto en su interior, con casi cincuenta lámparas de plata colgando de sus techos. En la bancada, los asientos aportan el nombre de cada miembro del Kahal Kadosh de 1925 que tenía derecho a lugar fijo en el templo. Y hoy descendientes de aquellos judíos repartidos por todos los continentes acuden, cuando se desplazan a Tánger, a esta Sinagoga Nahón para recordar a sus ancestros. Rezar por ellos. Y contemplar a su vez la que fue la sinagoga más hermosa de Marruecos. Pero también una de las más significativas del mundo. Pués Tánger aglutinó una importante comunidad judía en entreguerras. Y, por ende, un solemne lugar de culto ad hoc, que combina sus columnas salomónicas con ornamentación mudéjar en yeso, telas con salmos bordados a mano y maderas nobles talladas, todo ello presidido por una menorá de plata. Cuyos siete brazos representan igual número de arbustos en llamas, tal como los apreció Moisés en el monte Sinaí. Haim Zafrani, profesor marroquí de origen judío ya fallecido, escribió que Joab Ben Seruya, sobrino del rey David y jefe de su ejército, alcanzó la ciudad de Tánger persiguiendo a los filisteos. De manera que, pese a la apariencia de leyenda que desprende su conclusión histórica, todo parece indicar que los judíos se encuentran familiarizados con esta tierra del otro lado del Estrecho desde tiempos bíblicos. No obstante, cierto sí que es, y no leyenda, que los judíos fueron los primeros expedicionarios que cohabitaron con la población auctóctona bereber en el Norte de África. Y muchos años antes de que los árabes islamizaran estas tierras entre mares.

zocoDomingo del Pino es un excelente escritor y periodista nacido en Sevilla, pero crecido y formado en Tánger. Igual que su esposa Lucía Gil del Valle, que además nació aquí. Y que fue la secretaria francófona de Eduardo Haro Tecglen cuando dirigía el diario España. Tuve el privilegio de suceder a Del Pino como corresponsal de El País en Marruecos en 1985. De él aprendí a desenvolverme en estas tierras del Magreb. Y de él son unos apuntes que me acompañan en este nuevo viaje que he hecho a Tánger recién concluido el Ramadán, esta vez de café en café. Del Café de Paris al Central. Del Café Al Menara al Hafa. Y del Café Le Detroit nuevamente al Café Le Detroit, pasando antes por el Sevilla. E incluso deteniéndome a la vuelta en el Tingis. Medina, boulevard, medina. Siempre la medina. Cuenta Del Pino que Walter Harris solía acudir al Central para planear cacerías de cochinos salvajes los fines de semana. Hoy el Central es un lugar apacible en el Zoco chico, al que acuden indistintamente turistas, viajeros y familias marroquíes a tomar bebidas calientes o a refrescar la sed y, en el caso de los más pequeños, a disfrutar de los batidos de aguacate. O de los zumos de naranja recién exprimidos. Porque en la medina no se puede beber alcohol. En estos días de verano, y en jornadas de liga, los clientes se reunen desde la calle, en exagerado murmullo, y no menos alboroto, a presenciar partidos de futbol en televisores plasma entre equipos españoles. Y frente a vasos de café con leche bien calientes que descansan sobre platillos de latón repletos de terrones de azúcar. En días de sarki, pero sin futbol, quienes conocen Tánger y el aviso de sus veletas acuden a las terrazas con prendas más contundentes para soportar las inclemencias del viento más reincidente del Estrecho. Que en Tarifa es caluroso. Y más agresivo. En su melancolía de aquel Tánger variopinto, literario e internacional, Del Pino recuerda dos grandes bares que ya no existen. El Parade, junto al Boulevard, en el que trabajaban Jay Haselwood, en la barra, el neoyorkino Hill Chase, en la cocina, e Ira Belline, a quién acompañaba la leyenda de que había sido sobrina favorita de Igor Stravinsky y también diseñadora de vestuarios para el Ballet Ruso. Y el Dean’s Bar, cercano al Hotel El Minzah y propiedad de Joseph Dean, uno de cuyos clientes era Xan Fielding, escritor británico que tradujo El Puente sobre el Rio Kwai. Mohamed Chukri nació en 1935 en un pueblo del Rif. Pobre y analfabeto, con once años huyó del hogar familiar con el cuerpo marcado por las palizas de su progenitor. Recaló en Tánger, en cuyas calles malvivió rodeado de miseria, violencia, prostitución y droga. Pero con veinte años marchó a estudiar a Larache, donde descubrió la literatura. Falleció en Rabat en 2003. Y dejó escritas para la posteridad las andanzas de Jean Genet en Tánger. “Estaba sentado en el Café Central con Gerad Beatty. -¡Mira! -me dijo de repente. Aquel es Jean Genet. Caminaba con paso lento, las manos en los bolsillos del pantalón y los ojos puestos en la terraza del Café Central. Iba desaliñado”. En sus estancias en Tánger, Genet recorría sus cafés en viajes de ida y vuelta. Novelista, dramaturgo y poeta laureado por Francia, murió en Paris de un cáncer de garganta en 1986, pero ahora yace en Larache. Fue un rebelde contra la sociedad y sus constumbres, pero eligió en su huída Maruecos y, en sus comienzos, Tánger. De padre desconocido, era hijo de una prostituta que a la edad de un año lo entregó a un orfelinato. Chukri dibuja sus pasos, pero en el fondo nos descubre de manera distinta una ciudad que atrapó al escritor. Y que hoy está atrapada a su literatura. “Estábamos en la terraza del Café de Paris. Jean, parece triste hoy, le dije. –Yo siempre estoy triste, y sé muy bien por qué. Respeté su tristeza. Yo también tengo la mía”.

Hace unos años pasé un día completo con Tahar Ben Jelloum en Tánger. Entre café y café, he acudido a la Librería des Colonnes para preguntar por él. Está en Paris, me dicen. Tahar siempre está en Paris, pero cuando tiene oportunidad viaja a Tánger. Nacido en Fez en 1944, obtuvo el premio Goncourt por La Noche Sagrada. Y ya después escribió Día de silencio en Tánger, un relato corto de esta ciudad hoy totalmente marroquí, pero que en un tiempo, y en otro momento, enamoró a escritores extranjeros de tal manera que ofrecieron de ella una visón idílica y soñadora al mundo. Tánger camina como el resto de Marruecos, con sus mismas penas. Lo demás es historia. O nostalgia. Día de silencio en Tánger es la aportación que hizo Tahar a la ciudad, rehabilitándola en su marroquinidad y desnundándola del exceso del mito extranjero, pero con un protagonista igualmente extranjero. A los cafés del Zoco chico acuden algunos jóvenes estadounidenses y europeos buscando lugares que han dejado escritos sus ídolos literarios. La mayoría ya no existen, por eso caminan del Café de Paris al Central. Y del Central al Café de Paris, recalando a mitad de trayecto en el Hotel El Minzah, estos días totalmente abarrotado. Un parasol de diseño protege al policía que regula el tráfico en la plaza de Francia. En distintos establecimientos de la ciudad cuelga una fotografía colonial en sepia de ese mismo lugar pero con un gerdarme francés. Han podido pasar más de setenta años entre una y otra estampa, pero el lugar es el mismo. El silbato debe de sonar igual. Y el movimiento director de la circulación no ha variado. La tienda de Madini del Boulevard desprende un fuerte olor a esencia de perfume oriental. El aroma de la yerbabuena, del café tostado, de la almedra azucarada y de la miel licuada se van sucediendo a mi paso. Huele a comino, a azafrán y a romero en algunos puestos de la medina. También a hortalizas frescas y frutas de temporada, higos y brevas en demasía. En los bazares se despachan telas multicolores con estampados de ahora. O de antes. Y el muecín entona con voz grave su llamada a la oración, entre As-Sobh y Al-Ichas, pero tras Al-Magrib los bazares de la medina empiezan a echar el cierre. Y los cafés se van despoblando de clientes. Mientras en la Pensión Fuentes, de día café, duermen agolpados sus huéspedes. La circulación ascendente hacia la montaña ha sido cortada momentáneamente al tráfico porque familiares de la esposa del rey enfilan en caravana automovilística en dirección a palacio. Visitantes distinguidos, ya sean marroquíes o extranjeros, comparten cena en los jardines de la Casa de Italia cuando no entre los palmerales de Villa Josephine o entre el olor a salitre mojado que desprende la bajamar frente a las terrazas del Hotel Mirage. En la vieja Iglesia de la Misión Española, La Purísima, descansan ya las hermanas de Teresa de Calcula prestas para atender al amanecer a los niños humildes de la medina. La Sinagoga Nahón debe de estar sumida en un profundo sueño de oscuridad pese a la reluciente plata que cuelga de sus techos. Y sólo un anuncio luminoso de MacDonald intenta sin competición desde una azotea mostrarse despierto junto al alminar de la mezquita de la plaza 9 de abril. En un rellano del Boulevard cuatro cañones de diferente orígen apuntan hacia España. Dos son de nuestra vieja flota, de los reinados de Felipe IV y de Carlos III. Uno portugués, de Juan V. Y el cuarto francés, del Rey Sol. Muchos jóvenes desempleados apuntan también hacia España, pero ingenuos ellos al creer que en ese otro lado del Estrecho pueden alcanzar mejor vida. “¿Quién es Paul Bowles? -preguntó Genet. –Es un escritor como usted. Pregúntele a Chukri, a él le tradujo varios libros al inglés. –¿Es norteamericano? -Sí. -Pués si es rico habrá que robarle a él también“. Mañana parece que el garbi se impone al sarki. Pero en el Café Central no existen ventiladores.

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