Sesión vermú

Sesión vermú es el título de uno de los álbumes del grupo de rock Siniestro Total, pero en origen es un tiempo acotado fuera del horario habitual que en los años 20, y también en los 50, se empleaba como ocio y diversión. Correspondía con el momento de la mañana, o también de la tarde, dedicado al aperitivo previo a las dos comidas fuertes del día. Y, en suma, al placer de disfrutar del vermú, licor de vino y extracto de yerbas amargas que los hermanos piamonteses Luigi y Giuseppe Cora lanzaron al mundo en la primera mitad del siglo XIX pese a que su inventor fue otro compatriota, el tabernero turinés Antonio Benedetto Carpano, casi un siglo antes. En 1786, concretamente. Como toda novedad excéntrica del XIX, el gusto por el vermú se convirtió en refinado. Y se extendió por toda Europa, incluida España. De manera que la hora del aperitivo pasó a llamarse la hora del vermú. O viceversa. Y entonces los grandes hoteles y salones de baile crearon en los días festivos y sus vísperas el Vermú danzante, combinación de baile y aperitivo a partir de las 11 de la mañana, al tiempo que los teatros y los cines desarrollaban desde las seis de la tarde de cualquier día de la semana la llamada Sesión vermú -La vermú, en muchas ciudades españolas-, consistente en película o comedia más aperitivo. Por lo general, un vermú con una oliva y un trozo de limón natural en su interior. Algunos historiadores adjudican el orígen del vermú a Hipócrates cuando maceró vino con flores de ajenjo con fines medicinales. El ajenjo, o absenta, en alemán es wermut, de ahí que este licor reciba ese nombre por ser muy parecido en sabor a los vinos aromatizados que se elaboraban en Baviera en el siglo XVI. El vermú se hizo muy popular en España, aunque todavía lo es. Pese a que las marcas italianas Martini&Rossi y Cinzano dominan desde el Risorgimento el mercado internacional, en España se elaboran desde años atrás excelentes vermús. Martínez Lacuesta, prestigiosa bodega centenaria de Haro, distribuye desde 1937 un vermú envejecido en barricas de roble americano muy fácil de encontrar en el norte de España. Y la firma vinícola Melquiades Sáenz de Moguer -fundada en 1770- hace lo mismo en el sur con su vermú rojo (derivando a castaño) de sesenta yerbas. También en Barcelona se fabrica en calderas y tinas que datan de 1877 el vermú Perucchi, que goza del privilegio de proveer a la Real Casa además de ser el primero que se elaboró en España. Y cuyo fabricante, don Augusto Perucchi, fue un emigrante turinés establecido en capital catalana. Sin embargo, en España el vermú está asociado a la ciudad de Reus, en el Camp de Tarragona. Patria de Agustina de Aragón, Prim, Fortuny y Gaudí, Reus fue durante más de 60 años la segunda ciudad más importante de Cataluña tras Barcelona debido a su tradición comercial y mercantil. El vermú, la avellana -que goza de denominación de origen- y el aceite de oliva extraído de la arbequina siguen siendo hoy días tres de sus señas de identidad.

casa navasDesde el comedor del Florida, ubicado en la primera planta de un edificio con ventanal a la plaza del Mercadal, se observa la parte superior de una farola fernandina de cinco lámparas rematadas por la corona condal. Cuelgan banderas esteladas en esta plaza mayor, pero esto es ya muy común en las principales ciudades de Cataluña. También se exhiben pancartas que reclaman adhesiones a la independencia. Tan común también como el chador, o el hiyab, que lucen las mujeres de la colonia musulmana de Reus. Un 9% de la población, la mayoría rifeña. Entre esteladas, una importante población de emigrantes de credo islámico y nuevas experiencias asociadas a la deriva soberanista (ahora más separatista que nunca) navega Cataluña en estos tiempos. Yo me he desplazado hoy desde Barcelona a Reus para conocer la ciudad, pero también animado por mi buen amigo Antonio, el tabernero de la Bodega Central, de las madrileñas calles Tutor y Altamirano, barrio de Argüelles, a donde acudo habitualmente a mediodía a tomarme el aperitivo. O el vermú, con su correspondiente oliva. ¿De dónde es este vermú?, le pregunté un día a Antonio. De Reus, calidad superior, me contestó de inmediato. No sé si en Reus sus pobladores son conscientes del prestigio que su vermú tiene en las tabernas madrileñas, la mayoría de las cuales lo ofrecen de grifo. Que es como mandan los cánones. Porque el vermú de Reus forma parte del casticismo madrileño al igual que las aceitunas de Campo Real. Y si no que se lo pregunten a Antonio, uno de sus grandes valedores, que lo despacha con doble cariño. Uno por su procedencia. Y otro por el cliente al que va destinado. Precisamente cariño es lo que falta en las relaciones entre Cataluña y el resto de España, aunque yo creo que eso se resolvería si ambas partes se emplearan en hacer política de estado. Y si algunos no infundieran miedo para que otros se puedan expresar libremente sin temores ni complejos. Me dio una tremenda tristeza el otro día presenciar en TV3 a uno de los más prestigiosos oncólogos de este país, Josep Sánchez de Toledo, jefe de dicho servicio en el Hospital Valle de Hebrón. Lo percibí sintiéndose casi obligado a revelar su segundo apellido -Codina- para que el president Mas -presente en el acto al que asistía- supiera que geneticamente era hijo de madre catalana. Yo le diría a Sánchez de Toledo i Codina: De entrada, y con todo mi respeto, usted no es hijo de padre de Valladolid o de madre de Llinars del Vallès, como es el caso. Ni español ni catalán. Sino uno de los oncólogos más prestigiosos (y reconocidos) del mundo desde que en 1984 fuera pionero en España de los trasplantes de médula ósea a niños con leucemia. Porque el cáncer, amigo Sánchez de Toledo i Codina, no entiende de banderas.

Cuentan en Reus que en la segunda mitad del siglo XX un vascofrancés nacido en Ciboure de nombre Enrique de Yzaguirre se instaló en la ciudad atraído por su esplendor comercial. Y tras trabajar como empleado para una empresa vinícola ajena se independizó fundando una bodega de vermús a la que puso su nombre. Hoy día, y con otros propietarios, Yzaguirre -con sede la vecina localidad de El Morell– elabora casi dos millones de litros de vermú y está presente en más de treinta paises, entre ellos Japón y México. Aunque más reciente, y en concreto desde 1957, la otra gran firma vinatera que elabora vermús en Reus es Miró, familia de artesanos bodegueros que sigue regentando el negocio, ahora con proyección sobre veinte paises, Rusia y China incluidos. Reus es una ciudad de extraordinaria belleza cuya travesía se sucede de plaza en plaza. La del Víctor, la de la Llibertat, la de Prim, la del Mercadal y la del Castell. Es una ciudad de elegantes edificios modernistas -entre los que destaca el de la familia Nàvas-, con tres teatros -Fortuny, Bràvium y Bartrina (Centre de Lectura)-, un espacio de interpretación que lleva el nombre de Antoni Gaudí y una iglesia prioral (San Pere) con torre hexagonal de estilo gótico que inauguró su iluminación al completo en 1910, pero con luces de gas. Nàvas -en concreto don Joaquim Nàvas i Padrón, conocido popularmente como el senyor Quimet-, habia sido amigo en la infancia de Gaudí e hizo una gran fortuna como mayorista de tejidos de exportación e importación que suministraba en exclusiva a diecisete provincias españolas. Casi nueve años, desde 1901 a 1910, empleó en construir esta casa situada en la plaza del Mercadal. Y que apenas llegó a disfrutar porque falleció en 1915 tras haber experimentado en política como concejal republicano reformista en el Ayuntamiento de la ciudad y haber sufrido un atentado sin consecuencias que en su día se le atribuyó a un grupo anarquista. La casa fue levantada por el arquitecto Lluís Domenech i Montaner, autor del impresionante Palau de la Música de Barcelona, y es de inspiración neogótica con mármoles y esculturas, estucados y pinturas murales, además de forjas, vitrales y mosaicos, de gran belleza y calidad ornamental. Pero lo más importante es que sus actuales propietarios, descendientes de Nàvas, la mantienen igual por dentro y por fuera que cuando se inauguró. He paseado por estas calles céntricas de Reus en la hora del aperitivo en una particular, y sugestiva, sesión vermú. Licor que he probado -como mandan los cánones- en la terraza de Casa Coder, antigua cantina establecida en un edificio de 1790. Observo que el tercer idioma de la carta es el ruso -toda una cortesía para el turista de moda- mientras una madre con hiyab llama a gritos -empleando árabe y tarifit– a su hija pequeña que corretea alejándose en la plaza. Las quatre barres de fondo de una estelada que cuelga de un edificio próximo al Ayuntamiento han perdido el color amarillo probablemente porque nadie ha querido sustituirla por otra tras varios meses expuesta al sol. Tal vez ya no existen tejidos de calidad como aquellos que distribuía en exclusiva a dicesisiete provincias españolas el senyor Quimet. En Reus noto falta de cariño. También en el resto de Cataluña. Pero no se lo voy a trasladar a mi amigo Antonio cuando regrese a su taberna de Madrid. Prefiero que no se disguste. Y siga sosteniendo aquello de vermú de Reus, calidad superior. Mientras tanto sigo en el Florida observando la misma farola fernandina de cinco lámparas rematadas por la corona condal sin interesarme para nada las nuevas experiencias que me ofrece el paisaje.

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