Dos columnas

Salgo de mi domicilio de Madrid en un viaje hacia lo imposible. O quizás no. Pretendo reencontrarme con lo que queda de un café llamado de Las Salesas, que cerró sus puertas en 1945 después de 67 años de fecunda existencia. Tarea difícil porque desde entonces ha pasado ya mucho tiempo. Ubicado en la planta baja del número 17 de la calle Conde de Xiquena, con entrada por la plaza de las Salesas, fue un original lugar de encuentro de abogados y periodistas de tribunales puesto que se encontraba en las proximidades de las antiguas sedes judiciales madrileñas. Desde 1945 el local ha debido alojar infinitos negocios, pero hace unos años, tras ocupar sus estancias la firma Benny Room, cerró sus puertas, permaneciendo ahora desocupado. Desde un escaparate observo dos columnas de hierro coronadas con capiteles corintios. Que supongo que constituyen el único vestigio de lo que fue aquel establecimiento. Mi curiosidad acaba ahí, pero el edificio -con fachada intacta desde que se construyó en 1876- y el entorno -la Iglesia de las Salesas y el viejo palacio hoy sede del Tribunal Supremo- me bastan para recrear su historia. La fotografía más universal de Antonio Machado la captó Alfonso Sánchez García. Histórico periodista gráfico que nos dejó más de cien mil negativos de la primera mitad del siglo XX, entre escenas costumbristas de la capital de España, agitados acontecimientos que van desde la Huelga Revolucionaria del 17 al Frente de Madrid y un sinfín de retratos de celebridades políticas y literarias. Moret, Canalejas, Maura, Romanones y Dato, de un lado. Y Galdós, Baroja, Federico y Valle-Inclán, además del maestro Padilla, de otro. Aunque por lo general se presenta recortada (y sin acompañamiento alguno), la fotografía de Machado captada por Alfonso conforma un cuadro más amplio puesto que en el negativo de origen el poeta sevillano comparte escena junto a la periodista Rosario del Olmo Almenta y el mozo Braulio González Cabanillas, reflejado en uno de los espejos que decoraban las paredes del local. El escritor reposa ambas manos sobre su bastón. Y se cubre con un sombrero. La fotografía se hizo el 8 de diciembre de 1933 en el Café de Las Salesas con el fin de ilustrar una entrevista que le realizó Rosario al poeta. Entonces esta periodista colaboraba en las páginas literarias de La Libertad, matutino izquierdista que pertenecía al banquero Juan March. Y que también era editor de otro periódico entonces de derechas, Informaciones. Cuyas redacciones y talleres se encontraban en el número 8 de la calle de la Madera. Pero la entrevista no apareció en el periódico hasta el 12 de enero del año siguiente. Rosario tenía entonces 30 años y junto su hermana María Ángela, actriz de profesión y unos años mayor que ella, eran dos jóvenes revolucionarias muy presentes en los círculos republicanos de la época, además de afín a los hermanos Machado.

Aunque la ley del jurado se establece en España en 1888, no es hasta once años después cuando esta institución, una vez reformada para dotarle de mayor rigor y equidad, toma cuerpo en el sistema judicial español. El Café de Las Salesas, por su proximidad a los tribunales, coincide con los años de mayor vigencia del jurado en España. Y entre 1899 y 1936 los veladores de mármol de aquel establecimiento se convierten en lugar de cita de abogados, procuradores, testigos, forenses y peritos. Que hacen allí sus arreglos judiciales, preparan las vistas y concertan pruebas y testimonios de defensa. Los periodistas de tribunales acuden con sus libretas a recoger testimonios de crímenes famosos y a tomar notas taquigráficas de sumarios y sentencias. Mientras que desde las cocinas se transportan bebidas y bandejas con especialidades de la casa hacia los calabozos del juzgado de guardia para saciar el apetito de los detenidos distinguidos. En 1899 se celebra la vista de uno de los casos que mayor revuelo causó en la España de entonces, el llamado Crimen de Fuencarral. Una rica viuda (con renta anual de 50.000 duros) es asesinada de madrugada de tres cuchilladas con el agravante de que su cadáver aparece rodeado de trapos chamuscados con olor a gasolina. A la vez que su buldog guardián yace sedado. Hay dos sospechosos, el hijo de la difunta. Un señorito de vida desordenada y abocado a la delincuencia. Y la sirvienta, que sólo llevaba seis días en el empleo. Pero el señorito declaró que estaba en prisión la noche de autos bajo custodia de José Millán Astray, director de la Modelo, amigo de la familia y padre del militar que más tarde fundara La Legión. Como se sabía que Millán Astray permitía a algunos de sus presos salir de la carcel durante la noche es también procesado. Y las dudas se vierten sobre cual de los dos es el homicida, dividiéndose la opinión pública entre quienes consideran a uno y otro culpable o inocente, lo que se complica al descubrirse que la sirvienta había sido recomedaba para su trabajo doméstico por el propio Millán Astray ya que un viejo amante de aquella regentaba una cantina que se encontraba en las afueras de la cárcel. Entre los abogados de la defensa figura Nicolás Salmerón, que había sido presidente de la I República. Pero, tras un rosario de declaraciones contradictorias, la sirvienta confiesa el crimen. Es condena a muerte. Y a su ajusticiamiento por garrote vil asisten desde la tribuna el alcalde de Madrid, el duque de Alba y la novelista Emilia Pardo Bazán. 20.000 madrileños contemplaron su cadáver durante las nueve horas en que estuvo expuesto.

Las jornadas judiciales del crimen de la calle Fuencarral catapultaron el Café de Las Salesas para la historia. Y el local no sólo se convirtió en una extensión del Palacio de Justicia sino en parte de éste, pués no en vano, cuando el edificio que acogía a los tribunales sufrió un incendio en 1915, el establecimiento se hizo con algunos de los divanes del Colegio de Abogados que no habían sido pastos de las llamas. En uno de esos divanes se encontraba sentado Machado junto a Rosario del Olmo cuando fue fotografiado con Alfonso en 1933. Con el tiempo, el Café de Las Salesas amplió su influencia más allá de los tribunales, estableciéndose en sus salones una tertulia política que se erigió con el sarcástico nombre de Los Salesianos. En los años anteriores a la II República, una joven con inquietudes políticas salta a los escenarios de los teatros madrileños. Es María Ángela de Olmo, actriz de reparto y hermana mayor de Rosario. Muñoz Seca la incluye  en 1930 en su obra Satanelo, estrenada en el Infanta Isabel. Y en enero de 1931 pisa las tablas del Teatro Cervantes de Segovia con un papel en El alcalde Zalamea dentro de la compañía de Enrique Borrás. Aunque no figura en ninguna biografía, María Ángela fue el amor latente, aunque inconcluso, de Manuel Machado en su madurez. Mientras que su hermana Ángela quedó registrada para la posteridad como la periodista que entrevistó a Antonio. Dos hermanas que se cruzan con dos hermanos. Y cuya amistad toma cuerpo en 1933 cuando Manuel y Antonio estrenan en el Teatro Español el drama romántico La Duquesa de Benamejí. Obra a cuyo reparto se incorpora María Ángela –Angelita, para los críticos teatrales de la época- encarnando a Rocío, la gitana. Y compartiendo escenario con Margarita Xirgú (Reyes, duquesa de Benamejí) y Alfonso Muñoz (Lorenzo Gallardo, el bandolero), hijo este último del teniente general Alfonso Muñoz Hernández, de quién fue ayudante en sus primeros años como oficial de Infantería un joven llamado Francisco Franco. María Ángela y Rosario fueron activas militantes comunistas, sufrieron persecución en la postguerra, permanecieron en Madrid habitando un corralito y murieron en la pobreza -la primera en 1996 y la segunda en 2000- a los 96 años, después de renovar legalmente con la democracia su adscripción al partido al que siempre pertenecieron. Antonio Machado acabó sus días en Colliure, sur de Francia, en 1939 nada más cruzar la frontera camino del exilio. Y su hermano Manuel falleció en 1947 en la España franquista tras incorporar en su haber un poema dedicado al Dictador. Me retiro del escaparate de la plaza de las Salesas convencido de que aquellas dos columnas de hierro coronadas con capiteles corintios están dispuestas a hablar. Pero en realidad son sólo restos mudos que duermen en silencio confiados al sueño de los secretos de su tiempo. Que yo hoy no me atrevería a perturbar.